viernes, 10 de abril de 2020

ME ENCONTRE EN EL ENCIERRO CON LA BELLEZA.

Mezcla de cuadros de Hopper.
Laura la vecina de enfrente se pasaba el dia mirando a la ventana, observaba cada detalle, cada sombra, cada movimiento. Guardaba en el recuerdo los olores que le había robado este maldito virus, y además el aislamiento que supone el confinamiento.


Ella vivía sola, pero nunca había sentido el peso del abandono. Vivía en una casa de campo, rodeada de un bosque frondoso que escondía la ciudad de Salvaterra.

Para ella ese aislamiento buscado tenía un significado de libertad, de encuentro sin límites con los placeres de escucharse a si misma, de sentir sin interferencias los deseos de su cuerpo, sin cortapisas, sin nadie que le pusiera límites: ¿Es eso la libertad?, se cuestionaba tras los acontecimientos vividos con la obligatoriedad del encierro. En realidad tenía miedo; miedo al olvido, miedo a desaparecer sin que nadie se diera cuenta; es por eso por lo que miraba por la ventana, intentando arrebatar al destino algún signo de esperanza, que le permitiera calmar la sensación de desasosiego que le había provocado el encierro.

Paul leía un periódico en papel antiguo, que encerrado en un baúl esperando a que alguien le salvara del olvido. Era El País del 20 de Marzo de 2003, donde el presidente George.W Bush declaraba la guerra a Irak. Paul era un romántico dandi que a pesar del encierro se vestía como para dar una conferencia a su amada compañera de vida. Ella irreverente, y seductora llevaba hoy un vestido  rojo, unas medias negras con puntos blancos que redecoraban su "pataje", como ella decía; ella era muy andaluza y ejercía como tal.  En su muslo  frenaba súbitamente una liga de encaje y bien prieta a un palmo de su pelvis que sujetaba su procacidad.

Paul le dijo con esa voz entrañable en tono susurrante: ¿Qué recuerdas de cuando éramos libres?.

Lola; que además de provocadora, en todos los sentidos, le gustaba construir escenarios apasionados,  respondió de forma sugerente:

- La luminosidad de tus ojos; ese brillo que irradia la luz del aire puro cuando hablas de algo que te gusta. Desde que estamos encerrados todo se percibe entreverado, la vida está metida en una bola de cristal, que nos protege, pero a la vez nos limita. Imagino que será la misma sensación del pájaro enjaulado, que por un lado busca libertad, a la vez que le pesa la seguridad que le da su jaula-.

Katia; sentada en su cama, y con la ventana completamente abierta, iluminaba su alma de luz, pasando revista a su vida. Se proyectaba en un futuro incierto donde pensaba en vivir de otra manera.
Ella decía que se sentía libre en su casa, en realidad se sentía libre porque lo tenía todo controlado, era muy controladora. Todo estaba a su alcance. En el exterior sólo existían amenazas;

- Yo soy la reina de mi fortaleza. Aquí estamos seguros. Estos cuatro muros son la esencia de mi libertad-;  disertaba con un tipo que le había llamado por videoconferencia. A este personaje ella lo admiraba, lo amaba tanto que el sentido del confinamiento era salir para volverlo a ver.  Era capaz de romper su seguridad por un breve encuentro con él.
- En el día de extramuros; dejémonos morir, viajemos como el poema de Borges: "Si pudiera vivir nuevamente mi vida" :


"... Sería menos higiénico. 

Correría más riesgos, 
haría más viajes, 
contemplaría más atardeceres, 
subiría más montañas, nadaría más ríos. 
Iría a más lugares adonde nunca he ido, 
comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios..."


Para Katia; el encierro le había provocado un nuevo enfoque vital, un respeto interior, que le hacía imaginar una nueva vida llena de sentimientos y emociones, de experiencias pequeñas, cotidianas que antes pasaban desapercibidas, y que ahora las observaba desde su ventana interior, con la calma y el sosiego necesario que te permite colorear lo importante de color pastel. 

Marcelo idolatraba su miedo, lo dejaba en silencio,  pero se refugiaba en el. Como el maestro Dostoievski apuntaba; "Los fantasmas asustan más de lejos que de cerca". Son tu propios miedos los que limitan tú libertad, nada hay más terrible que tener miedo de uno mismo, miedo de ser libre; miedo a la libertad.
Marcelo también recurría a su ventana, a la que le conectaba con sus anhelos, sus sueños, sus pasiones y fantasías, en definitiva con su felicidad. 

Ahora se había desconectado; no navegaba por internet, con el sano ejercicio de limpiarse, de volver a su esencia, de eliminar de su vida todo atisbo de contaminación. Recordó de su época "roja", el concepto de alienación del hombre del gran "Marx"; por el que el trabajador desde un punto de vista capitalista se convierte en una mercancía, y se aleja del concepto de persona, se despersonaliza. El bueno de Marcelo pensaba que se había dado cuenta de que era una mercancía en manos de los demás, que había perdido su esencia, su valor, su dignidad. 

Pero por otro lado sus miedos justificaban su propia desgracia. Con ese miedo a la libertad que lo paralizaba, se sentía el rey de su familia; el mesías de su reino, el artífice de su confinamiento: Las  palabras del psicoanalista Erich Fromm confirmaban su pensamiento: 

"Para aquellos que sólo poseían escasas propiedades y menguado prestigio social, la familia constituía una fuente de prestigio individual. Allí, en su seno, el individuo podía sentirse alguien. Obedecido por la mujer y los hijos, ocupaba el centro de la escena, aceptando ingenuamente este papel como un derecho natural que le perteneciera. Podía ser un don nadie en sus relaciones sociales, pero siempre era un rey en su casa (Erich Fromm, 1941:"Miedo a la libertad)" .

Sólo fallaban algunas cosas en la reseña de Fromm, que para el se transformaban en fantasías, pero bueno, nada es perfecto; ¿Qué sería de un confinamiento sin fantasía?, ¿Qué sería de la vida sin fantasía?, esa que otorga libertad, imaginaria, pero libertad. 
Pues bien ni era obedecido por la mujer, y sus hijos disimulaban con cariño la falta de autoridad del padre. 

Fernando recitaba desde su ventana el discurso de su vida. Su amante confinada, sin poder salir escuchaba el irreverente encuentro con sus fantasmas. Sin darse cuenta y ante la extraña levedad de su compañera, establecía un diálogo consigo mismo, libre de toda privacidad y censura. 
Lorena leía en el sillón; "La tejedora de sombras"; un grandioso libro de Jorge Volpi; que recrea la vida y milagros de una mujer que se dedicó al psicoanálisis Christiana Morgan: 


" La novela refleja la complejidad del psicoanálisis, la dificultad de la conexión con el terapeuta, los enfados y rechazos que provoca descubrir sentimientos, emociones, ideas, que dinamitan lo racional y el concepto que uno tiene de uno mismo. Se desglosan de forma intensa las emociones más primigenias como el placer a través del dolor, de la dominación. 
Christiana busca al final en su amante, un hombre fuerte, que la domine, que la dirija, que sea la luz de su camino, que sea el autor del libro de su vida, pero el se dispersa con sus amantes, con sus ansias de éxito, de poder, sus miedos, y  frustra al final de su vida las expectativas de cristiana. La vida misma...." (Viaje al interior del alma, 16 de Junio de 2012).


El gran Fernando seguía hablando al muro que enfrentaba a su ventana; 

- Existen dos principios básicos en los seres vivos, que son la herencia de nuestra especie: el placer y el dolor: El hombre busca el placer y evita el dolor, desde su más tierna infancia. El primer conflicto en el niño aparece cuando la fuente de dolor y la fuente de placer confluyen en la misma persona. La madre produce placer cuando da de "mamar"; y dolor cuando nos "regaña". Esa escisión temprana; constituirán las fantasías de nuestro mundo interior. En la vida recrearemos nuestro mundo entre los que nos dan placer, y los que nos producen dolor. A no ser que seamos masoquistas, y a veces lo somos, buscamos el placer y evitamos el dolor. 

Lorena que además de tener un discurso menos vehemente, le gustaba provocar discrepancia; le contestaba entre susurros: 

- Si fuera todo tan simple, no se explicaría el sentido de trascendencia del hombre-. Ella  recurría a Nietche, que sabía que era irresistible para Fernando, y ahí le ganaba la partida: -"Dale al hombre una razón para vivir, y  encontrará un cómo"-. 

Habían tenido esta conversación a lo largo de su vida, cien veces, permítanme la exageración, y ella había aprendido cómo suavizar la radicalidad estética a la que jugaba Fernando. A él este juego le encantaba, le seducía, se sentía orgulloso de ella, de la que había sabido rescatar lo mejor de él. Le gustaba pensar que el era un hombre fuerte, que la dominaba, que la dirigía, y que a ella, como a Christiana Morgan, le encantaba que fuera así.

Desde su ventana veía un fin cercano, donde poder proyectar su poder y su brillante narcisismo, en proyectos más solidarios. El fin del confinamiento lo veía como "la oportunidad de ayudar"

-El hombre es feliz haciendo el bien, cuando se aleja del bien se siente mal. La alegría del hombre procede de ayudar al otro, es como verdaderamente se siente feliz.-

Ella asentía, pero le inyectaba otra provocación, a la que Fernando ya no entraba: - Hay gente que es mala por naturaleza, y no la veo muy infeliz-, apostillaba ella. 

- Esta discusión, la dejaremos para otro día. Ahora voy a terminar el bacalao.-

El ventanal de María dominaba su casa. A través de él se visualizaban las montañas. Una luz brillante llena de vida, calentaba los amaneceres de la Diva, "Casta Diva". Su madre le había puesto el nombre de María, por María Callas, aquella soprano Griega, que interpretó como nadie un aria de la opera Norma, de Bizenzo Bellini, dirigiéndose a la luna.

La Diva rebosaba elegancia, esa que sólo desprenden las divas, las artistas de cine clásicas como "Ava Garnder". Ella recordaba desde su ventana, como antes del encierro, había estado en "Chicote", tomando un coctel dulce y elegante como ella. Ella admiraba a la "Garnder". Sentarse en la misma coctelería en la que la actriz se había tomado su  "Dry martini", mientras mantenía una conversación titubeante entre lo trascendente y lo frívolo, rellenaba la magia que ya de por si tiene  la Gran Vía de Madrid,  en una noche de luna llena. 
Era entonces cuando cargada por el vino de la cena, y el Martini de  Ava, se arrancaba cantando a la luna: 

"Templa, oh doncella,
templa los corazones ardientes,
templa también el cielo audaz,
esparce pro la tierra aquella paz
que te hace reinar en el cielo".

Letra propia de una Diva, elegancia que sólo tienen unas pocas, esa feminidad única; ¿Se puede ser más bella que Ava Garner?. Reflexionaba ella desde su ventana, y recordaba que la vida, incluso de una "diva", se encuentra detrás de la ventana. 


Celia se había puesto su vestido azul, para asomarse a la entrada de su casa. Llevaban más de un mes sin salir, y hoy había amanecido un día sorprendente, motivador, lleno de vida. Ella apoyando su cuerpo en la madera de la escalera, y acompasada por un crujido del material, le dijo a Dimas: 

- Este tiempo de encierro pensé que sería el fin de nuestra relación. Aunque dicen que la distancia es el olvido, la cercanía es la prueba de fuego por el que  una relación se consolida, o se hace añicos.
Pero;  ¿sabes de lo que me he dado cuenta?.

Dimas asintió en silencio, con ese silencio ensordecedor que genera tensión abrupta, de ansia de sabiduría y conocimiento del otro, y cuando el estaba dispuesto a romper la ausencia de palabras, ella de adelantó, como siempre. (<Ellas son incapaces de callarse, de tener la paciencia de esperar a ver qué dicen ellos, para así conocer su mundo. Se adelantan porque como madres, dominan el mundo de los hijos, son adivinas, saben lo que ellos intentan decir...>)...

- Me he dado cuenta, que te quiero por lo que soy cuando estoy  contigo. Al estar aquí encerrada en estas cuatro paredes de madera, he sentido cómo me mirabas, como iluminabas mi cuerpo con tu luz, como dabas sentido a mi existencia. Me he dado cuenta que el amor viv en el mundo del "ser," no del "tener".  Si intentas llenar con el "tener" el mundo del "ser",  es sólo por  la necesidad de llenar espacios vacíos en forma de nubes opacas, que ocultan tu esencia. En este encierro has llegado a mi esencia, sin palabras, con pequeñas miradas, con pequeños gestos, con cosas sutiles, que me llevan a estar conectado para siempre contigo. 

Dimas pensó, que era mejor que no dijera nada, pues nada podría mejorar la alocución de Celia. Ya decía él, que ellas lo sabían todo... "del impacto sólo pudo volverse a la nevera a sacar una cerveza helada". Las cosas con una cerveza se digieren mejor...

Ernesto y Rebeca cumplían 30 años juntos. Ernesto se llenaba de aquello que había esperado durante toda su vida; Un "envejecimiento apasionado". Al lado izquierdo de su cama, Ernesto con Rebeca recordaban mirando por la ventana, lo que una vez ella le escribió para él, y ahora en este tiempo de introspección provocada por el encierro, tenía más sentido que nunca, porque si algo ha conseguido este encierro es  poder ver las cosas ocultas que teníamos al lado, y la inercia de la velocidad de la vida no nos dejaba ver : 


"Es lo que tenía Ernesto: Una vez que conocía a una dama, y la envolvía en su juego de seducción  profundamente romántico  con aderezos intelectuales que descolocaban a cualquiera, no le podían olvidar.  Era un provocador que confundía a cualquiera. Nadie nunca supo si era de izquierdas, de derechas, heterosexual, bisexual, católico, ateo, romántico, obseso, sensible o frío y calculador. Esa ambigüedad manifiesta le hacían muy especial, tan atractivo, tan profundo, alguien que no dejaba indiferente a nadie, y siempre por descubrir".

Rebeca pensaba que eso había sido el éxito de su relación, esa incertidumbre que hacia que Ernesto para ella fuera un diamante en bruto, un alma nueva que descubría cada día, que le hacía único, sorprendente, terriblemente enigmático, y ecléctico, fruto de variopintas influencias de su vida; Peleó en la guerra civil, entró con Castro en Bahía cochinos,  y esto le dotaba de una cierta superioridad moral para hablar de la situación que estaban viviendo, el encierro. Un tipo que estuvo encarcelado en su país, y en Cuba, fruto de su afanado altruismo por defender su concepto de justicia y subsidiaridad, goza del la autoridad suficiente como para al menos valorar su verbo.

Desde su ventana de más de 30 años; Rebeca escuchaba a las conclusiones vitales que el encierro y los 80 años de Ernesto,  habían provocado en su vida:

- La modernidad hace que exista poca sensibilidad con la tragedia, con el sufrimiento de la carne, del dolor ante la guerra. En estos días estamos viendo la muerte en en la calle, el sufrimiento del que no se puede despedir de sus seres queridos, de la discriminación del mayor, que por el hecho  de tener más edad, pierde su derecho a ser atendido en un hospital. 


- La vida es finita Rebeca. Tú tienes 50 años, y aún no estas tan cerca. Pero yo ya pienso que mañana me despierto y "ya no voy a existir". Por eso este encierro me ha hecho recordar lo importante. No podemos dejarnos llevar por la inercia. Hoy más que nunca, debo recordar lo que es importante: "nacer y morir cada día". "vivir como si fuera el último día de tú vida y aprender como si fueras a vivir para siempre". 

Salvador se sentó en su cama una vez arreglado, y se puso a escribir esta crónica, que recogía las vivencias que recibía desde la enorme cámara de su imaginación, ese objetivo que proyectaba cuando había algo que contar, y era esa ventana, la que tenía detrás de su cama, la que le inundaba de creatividad.

Esa ventana le conectaba con los suyos, con sus amigos, con sus pasiones, con sus miserias, con sus reflexiones, con su amor,  de algún modo este encierro le había convertido en más humano, en mas locuaz, en más sensible: 

- Estar confinado, te ofrece una oportunidad; parar el mundo, retratarlo. La tecnología invade nuestras vidas, y ese ritmo tecnológico frenético nos lleva a la posible deshumanización. Salvador; recogía ideas muy humanas, que eran de un mundo transhumanista, donde la tecnología es la única religión: Libertad, solidaridad, y belleza, tres ideas que cuando termine el encierro y surja lo urgente, no puede hacernos olvidar lo importante. 

Salvador recordó la canción del recién fallecido Aute; "La belleza": 

Enemigo de la guerra

Y su reverso, la medalla,
No propuse otra batalla
Que librar al corazón
De ponerse cuerpo a tierra
Bajo el peso de una historia
Que iba a alzar hasta la gloria
El poder de la razón.
Y ahora que ya no hay trincheras

El combate es la escalera
Y el que trepe a lo más alto
Pondrá a salvo su cabeza
Aunque se hunda en el asfalto
La belleza.
Esa belleza es la que proyectaba con su cámara a través de su ventana de sus personajes; Laura, Paul y Lola, Katia, Marcelo, Fernando y Lorena, María, Celia y Dimas, Ernesto y Rebeca, y Salvador creador de toso esto. 
No se que nos dejará esta Pandemia, pero en el silencio, y la lentitud del tiempo que narra Salvador; nos dejará siempre, amigo Aute: La Belleza.

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