lunes, 31 de octubre de 2011

ME ENCONTRÉ EN VITORIA CON LA MELANCOLÍA

Componentes de la mesa de expertos del Congreso.


Un día gris, fresco, lleno de vapor, un magnífico tren que circula a gran velocidad, el traqueteo sostenido y bandeante, como el acunado de un bebé cuando su madre lo mece en su cuna; siempre es un buen preámbulo incentivante  para la regresión espiritual y el reencuentro con el ser nostálgico y melancólico que el ego cotidiano y el  “quehacer” diario no te permite tener.
Fui a Vitoria por motivos profesionales, a colaborar en un congreso de atención sociosanitaria; fui invitado por mi admirado y amigo Juanjo Tarín para participar en una mesa de expertos, a hablar sobre la prevención de la dependencia.
Estos espacios sirven para parar la vida diaria que llevas, y reflexionar en calma sobre uno mismo, tus actitudes, tus conductas, tus emociones.
En este congreso me he vuelto a encontrar con la nostalgia. Hay algo que me ha hecho ver que el ritmo de la vida te lleva sin darte cuenta al envejecimiento. Me encontré a un compañero de mesa; un geriatra que hacía diez años o más que no veía: Me impactó, porque la imagen que mi memoria conservaba  de él, no tenía nada que ver con su imagen actual. Me di cuenta del paso del tiempo; uno queda secuestrado por el pasado que impregna en la memoria una realidad de un momento determinado, y no es consciente del paso del tiempo, pasa la vida, y las cosas cambian.
Hablé de autonomía en la vejez; esto me hizo plantear cuales son los factores que condicionan la autonomía. Partiendo de mi creencia en la interdependencia del hombre; me pregunté: ¿Qué es lo que condiciona la toma y ejecución de decisiones autónomas?.
Sin bucear demasiado en los condicionantes de la autonomía personal; como es lógico en mi conferencia hablé de los aspectos físicos, la fragilidad, la realidad psicológica (depresión, demencia, etc.), influencia de lo social y el entorno, etc.
Esto  junto con el encuentro con el geriatra, me hizo pensar en los factores que me hacen y me harán ser  dependiente: Lo primero que pensé es en la búsqueda de afecto y emociones positivas; si busco algo que no depende de mi, puede que quien lo sepa me haga su esclavo. Por ejemplo: Si busco cariño en alguien que me lo da, dependo de esa persona emocionalmente para proporcionármelo. No se trata de no interaccionar con alguien para no tener que depender de ella o él, más bien consiste en mantener una distancia afectiva que genere relaciones sanas, en las que las emociones fluyen sin intereses y relativizando las conductas: Si alguien no me da cariño, o deja de dármelo, o se va de mi lado; es libre de  hacerlo, como los pájaros vuelan en busca de otras tierras. Si tiene que volver a mi volverá. Es posible que esto me genere dolor, siempre que muere algo que queremos o deseamos, existe un proceso de duelo con una experiencia implícita que debemos pasar, y que probablemente era necesario en nuestro aprendizaje.
También pensé en los aspectos que debo cuidar para no llegar a la dependencia: cuidado físico, ejercicio, alimentación adecuada, fortaleza psicológica (probablemente aspectos en la personalidad como el no rendirse ante la adversidad, aprender a levantarse siempre que uno se cae) son elementos a trabajar en esta lucha por ser autónomo y no depender de los demás.
Estoy convencido que la autonomía es la antesala de la libertad  del individuo; es el más importante condicionante de calidad de vida del ser humano; pero también la  aceptación, como mecanismo adaptativo de los hechos o realidades que no se pueden cambiar, es un aspecto a incorporar.
No puedo evitar envejecer, pero si puedo procurar llegar en las mejores condiciones de autonomía posible, y asumir determinadas contingencias como efectos colaterales del vivir; debo asumir que no me quieran si eso es así, que necesito ayuda si es así,  y asumir que hay cosas que se terminan para siempre: Siempre nos quedará la nostalgia y el llanto como orgasmo de la melancolía.
En El  Hotel Silken Ciudad de Vitoria, acomodado en su magnífico restaurante, con una luz tenue amarillo marfil, y ante un silencio que sólo se rompía por las comandas de los camareros y sus pisadas, me hallaba degustando unas sublimes cocochas de bacalao con espuma verde y risotto de patata. Estaba solo, pues había optado por no cenar acompañado, dado que me apetecía estar tranquilo y acostarme pronto para poder hacer una visita a la ciudad el día siguiente: Cuál fue mi sorpresa cuando hizo su aparición una mujer que aparentaba cincuenta años, elegantemente vestida, con unos cuantos kilos de más, y una cara ojerosa, hinchada, y aderezada con múltiples arrugas fruto del paso del tiempo y probablemente del dolor  y del sufrimiento; al menos eso es lo que pensé en un primer momento.
La misteriosa señora se me acercó, me miró con ojos nostálgicos y humedecidos, y ante mi sorpresa y confusión de su atrevida actitud, me dijo:
-          Antonio, ¿Eres Antonio?
-          Yo atónito contesté: Sí ; ¿quién es usted?
No me atreví a tutearla por dos razones: primero por la edad que pensaba que tenía, y segundo porque pensé que era una loca, que conocía mi nombre por alguna extraña razón, o bien porque había asistido a mi conferencia.
-          Soy Katia
-          ¿Katia?, respondí.
-          Sí, nos conocimos en Barcelona, en el Congreso Internacional de Geriatría del año 1998, estuvimos   cenando con varios compañeros, y como yo había venido sola hiciste de anfitrión.
-          Disculpa que no te haya reconocido, respondí.
-          No me extraña, dijo ella: estoy hecha una pena.
Para aliviar su angustia le dije:
-          Disculpa es que soy muy despistado.
-          No te apures la vida no me ha tratado bien, y estos son los efectos del alcohol, las pastillas y la dependencia a la comida.
Le invité a sentarse a cenar conmigo. Era Katia: Una Portuguesa que conocí hace unos diez años cuando ella tenía treinta. El efecto de estos años había sido demoledor: mi memoria recordaba una chica delgada, morena muy atractiva, alegre, muy abierta, transmitía ganas de vivir. Ahora era la antítesis de la imagen que yo tenía de ella: triste, con mirada de pena, rozando la obesidad. Me contó que se había casado un año después del  congreso, y que había tenido un niño. Cuando este tenía dos años su marido la dejó por una inglesa que trabajaba con él; fue entonces cuando le dio por beber y engancharse al alcohol. Me contó que estaba saliendo de la terrible depresión que tenía, y que había venido al congreso precisamente porque tenía un recuerdo fantástico del de Barcelona, y se lo había recomendado su psicoterapeuta.
La llegada de Katia, fue el colofón reflexivo que me faltaba: ¿Cómo una bella mujer, puede convertirse en otro ser humano?, donde sólo reconocía su mirada y su forma de hablar con acento Portugués.
Me llevó a pensar en la dependencia; objeto de mi viaje a Vitoria:
Dependemos de que alguien nos quiera, construimos un proyecto de vida alrededor de ese cariño, traemos al mundo el resultado de nuestro amor; y de repente algo falla en el paradigma que diseñamos; una pieza pequeña pero clave: Su pareja encontró a otra compañera de viaje.
Me pregunto si la elaboración de un proyecto de vida sin contemplar la posibilidad o el margen de error, puede generar frustraciones tan grandes que degraden tanto al ser humano. Me planteo si no responden a la aseveración de que somos demasiado dependientes de nuestro modelo de vida, y no estamos preparados para las contingencias que surgen en el ejercicio del vivir. De alguna manera somos dependientes de nuestros propios deseos, de nuestras emociones, de nuestros miedos, de nuestra educación, de nuestros valores, y en definitiva el ser libre o Superhombre que decía Nietzsche, es aquel que es capaz de liberarse de  todos los condicionantes personales, sociales, culturales, y emocionales, relativizando y aceptando las contingencias de la vida.
Katia había pasado de depender emocionalmente de su marido y su proyecto de vida, a depender del alcohol; por eso me pregunto, si la clave en el “envejecer con éxito”, y de la felicidad en general,  reside en ser lo más autónomo posible sin engancharse ni emocionarse demasiado por nada.

Como decía el gran torero apodado “El Gallo”: “ Hay cosas que no pueden ser, y además son imposibles”. La clave está en ver las cosas que no pueden ser y que nos hacen dependientes para conseguirlas. Puede que el efecto de la vida que eligió Katia, no hubiera sido tan pernicioso, si no se hubiera emocionado tanto con su proyecto de vida.