lunes, 9 de agosto de 2021

EL DUENDE DEL HACHO

 

Inevitablemente uno vuelve antes o después al principio, al origen, a los lugares donde el caprichoso recuerdo estimula los pensamientos, las emociones más recónditas, escondidas, a veces enmohecidas, por el inexorable devenir del tiempo.

Es allí donde se rescatan las voces del recuerdo: en la trastienda del pasado escondemos también a las personas que henos amado, y que amaremos para siempre. 

Me hablaron de su padre; ella fue la que más me habló. El encuentro con su familia estaba lleno de él, probablemente porque yo puse el foco en aquel hombre. El  marinero que se afincó en aquella bella ciudad, y ejerció un liderazgo familiar y social como probablemente nadie lo halla hecho en aquellas tierras.  

Puede que de alguna manera ese sultán de la dialéctica seductora, tenga su origen en su sobredimensionada bondad. Sigo pensando que la bondad es la esencia del ser humano, hacer el bien te conduce a la felicidad, y el bien siempre se ejerce con el otro, con el necesitado, con aquel que estableces una relación de ayuda. Estoy seguro que para nuestro ilustre personaje, era un honor ayudar, y este vínculo establece una reciprocidad en la que el que ayuda se siente feliz, y el que es ayudado convierte a esa persona en un ser admirado, idolatrado, con la capacidad de movilizar a un pueblo que está sediento de de gente con esencia, que de forma honesta luche por el desarrollo y crecimiento de la sociedad en la que vive.

El era un político de raza, pero no por sus competencias académicas, sino por su sentido de la justicia. No existe libertad, sin justicia, y la justicia no es otra cosa que otorgar a cada uno lo que le corresponde. La firmeza en el ejercicio del mando hace que el reparto no sea igualitario. Nunca he creído en la igualdad como concepto inerte; evidentemente por el hecho de ser persona gozamos de una dignidad ontológica que nos otorga unos derechos y unos deberes, que nos llevan a la individualidad y nos diferencian del grupo; ninguno somos iguales, y estoy seguro que el bueno de Serafín gozaba de este concepto liberal, por el que otorga al individuo el máximo nivel de desarrollo en función de su esfuerzo personal. El es un claro ejemplo de sacrificio por un pueblo, con el pueblo, y sin esperar nada a cambio. La política fue su vida y su muerte hasta el final de sus días. 

A veces la vida es injusta, y los ciudadanos nos olvidamos pronto de los artífices de la sociedad en la que vivimos, aunque cada vez estoy más de acuerdo en que uno no muere si el recuerdo permanece entre las gentes que nos han conocido. Probablemente Serafín tendría detractores, es posible, y no me extraña. Siempre he pensado que en cualquier organización un hombre admirado, bueno, y brillante a la vez es una auténtica amenaza, para lo que hoy los modernos llaman el establishment; pero como todos los grandes líderes él gozaba de la fortaleza que le otorgaba el pueblo, el cariño de las gentes, el agradecimiento a quien se dejó la piel por una ciudad, sin considerar la ideología de nadie.

Sentir la soledad del abandono cuando ya no eres útil, estoy seguro que fue un sentimiento presente al final en aquel lobo de mar. Triste que uno cuando no es productivo no se acuerdan de él; ¿dónde está la calle que debería tener  este gran hombre?, ¿donde está el reconocimiento de su ciudad?, ¿Quién agradece sus batallas frente a la corte franquista por el rancho de los soldados, o la inclusión de su ciudad en la Constitución Española?; la gente de la calle es la que en su corazón y en su recuerdo, junto con el amor de su familia, mantienen con vida  el alma del Gran Serafín por siempre y para siempre.