martes, 20 de noviembre de 2012

EL PAÍS DE LA ESPERANZA PARTE I




“ Entre Rembrandt  Y Picasso”,  espetó aquella dulce aparición que hacía enloquecer mi pensamiento. Esa intensa mirada que derretía mis instintos, que fusionaba mis miedos subyugados por la pasión, que esperaba una respuesta menos metafísica y más carnal; me llevó a explorar la distancia entre la realidad y la fantasía.
En la biblioteca del Palacio Real donde me encontraba, unos enormes estantes dorados que acogían a una inmensidad de libros antiguos, suplicaban ser usados. Se podía percibir el susurro de los textos reclamando ser liberados del ostracismo en el que se encontraban.
Pero mi atención se centraba en aquella criatura con la que súbitamente me encontré. Repitió con firmeza la frase con la que empezó a hablar: “Entre Rembrandt y Picasso, ahí está la llave”. Me costó interpretar sus palabras, pues su verbo lo percibía amortiguado por el impacto que su brillante aura producía en mis pupilas.
De repente comprendí que me estaba regalando un mensaje importante.
- ¿Entre Rembrandt y Picasso está la llave?.- Pregunté un poco perdido.
Aquella divinidad, aumentando su brillo y aproximándose a mi espacio vital, ante mi perplejidad y temor, lanzó:
- La llave de la felicidad, a eso me refiero, no puedo decirte más, sigue tu instinto, déjate llevar, no pongas barreras.
Ante la confusión del momento, la gran atracción que sufría por aquel espectro, y el murmullo sorprendente que salía de los estantes, me había paralizado en el centro de la biblioteca.
Aquella mágica dama derrochaba belleza; un pelo negro brillante rodeaba su rostro luminoso relleno de energía; unos ojos oscuros empapados de nostalgia taladraban mi conciencia, colmaban mi espíritu de pasión y de esperanza.
Mi voluntad decidió por mí: Debo intentar interpretar sus palabras; y me puse a buscar a Rembrandt y a Picasso. Me acerqué a un estante, y una manada de libros me decían: “Escógeme, ábreme”. Me planté en el apartado dedicado al arte, en busca de los pintores citados, pero por allí no estaban. Revisé todos los recovecos buscando  la llave; y mientras me acercaba a la brillante criatura para solicitar  ayuda, me dijo:
- Te queda poco tiempo, diez minutos, pero vas bien te estás acercando a la llave.
Centré toda mi atención en el ala izquierda de la biblioteca, donde fluían múltiples gritos de ayuda. Yo entendía a los libros; están solos esperando ser descubiertos y valorados por alguien, pero no por cualquiera, alguien que sepa apreciar su contenido. Pensé que todos nosotros buscamos lo mismo que esos libros: Ser descubiertos, apreciados, valorados, y queridos.
Mi inquietud  crecía por momentos, el tiempo pasaba y ni Rembrandt ni Picasso aparecían. Lo que más me preocupaba era decepcionar a aquella preciosa criatura, más que descubrir la llave de la que me hablaba.
Me acerqué al estante donde pude ver a Picasso y a su lado a Rembrandt. ¡Qué descanso!, había encontrado la respuesta justo a tiempo, antes de que se cumpliera el plazo. Tomé los dos libros y los extraje de la estantería; al mismo tiempo, tras un intenso humo blanquecino aparecieron dos figuras difuminadas: A la derecha; Rembrandt con sombrero de ala ancha, a la izquierda Picasso, con gorra escocesa:
- La clave está en el centro del cuerpo; el alma del artista busca la felicidad en el corazón, en el interior de cada sentimiento, en el estímulo visual de cada acto, de cada imagen, de cada rostro- exclamó Rembrandt.
Picasso a modo de juego de Ping-Pon, contestó al maestro:
- El corazón y la razón admirado Rembrandt. El corazón siente, la razón modela; y el resultado es la belleza subjetiva de la realidad, filtrada por el efecto de las entrañas.
- Pero: ¿y la libertad?- Preguntó Rembrandt.
- La libertad y la imaginación, crean la fantasía en el pensamiento, y permiten  la trascendencia, la proyección del espíritu libre al mundo de las ideas, esa es la belleza creativa de la libertad.
- El ser Humano es un: “Animal permanentemente insatisfecho”. Es una maraña de deseos; quiere lo que no tiene, y si lo tiene teme perderlo- Añadió Don Pablo.
- Bueno deberás ir a la colina de las luciérnagas; allí encontrarás el camino hacia el templo de la vida.- Me dijo Rembrandt.
- Eso es.- Apostilló Picasso. – Una vez  llegues al templo, debes hablar con Lady Leben; empápate de sus consejos, y vuelve aquí…
Rembrandt, haciendo una reverencia con el sombrero me indicó el camino hacia la colina; una luz rosa me condujo hacia una puerta dorada con un enorme llamador con forma de una fresa enorme roja, muy roja. Me dispuse a llamar cuando la puerta se abrió de forma automática: Un mundo de color pastel intenso apareció entre mis pies.
Una oscuridad brillante iluminada por millones de estrellas, dibujaba una llanura llena de hierba que se inclinaba movida por el viento, hacia una colina donde se vislumbraba un camino lleno de luces pequeñas. Imaginé que aquella era la colina de las luciérnagas…
De repente saltó posándose frente a mí  un enorme canguro, me pareció inmenso, medía más de dos metros: vestía un impecable chaqué, Un enorme sombrero de copa cubría su cabeza. Me saludó muy amablemente, presentándose como Otto, el guardián de la puerta.
- Bienvenido al País de la esperanza, le estábamos esperando desde hace años, por fin se ha decidido a venir.  Le daré las normas básicas que no debe olvidar mientras permanezca en Esperanza:
1. Sólo podrá volver cuando haya encontrado el camino.
2. Nunca debe mirar atrás, de lo contrario tendrá que volver a empezar.
3. Todo lo que parece real, piense que puede ser fruto de su imaginación.
4. Las luciérnagas le indicarán el camino, siga la luz.
5. Le entrego esta mochila, donde debe meter lo que quiera conservar.
- Si se ajusta  a estas reglas, se moverá con soltura por estas tierras, lo demás depende de usted, lo demás depende de usted, lo demás depende de usted
- Sr Otto, espere:¿ Hacia dónde tengo que ir?......
- El Guardián Otto, haciendo caso omiso a mi petición, desapareció entre  unos árboles que empezaron a crecer mientras él se desplazaba hacia la derecha de donde yo me encontraba.
Repase una y otra vez las reglas, que me había anotado Otto en un papel, y decidí emprender la marcha hacia la colina de las luciérnagas.
Tomé la mochila, me la puse en la espalda, y a medida que iba caminando sentía como desaparecía la tierra, era como si se fuera  desintegrando  en cada pisada, pero recordé que no debía mirar atrás, eso es lo que me había indicado Otto, caminé durante horas, no sé decir cuántas, no llevaba reloj, y perdí la noción del tiempo.
Decidí sentarme en una piedra, cuando rodando de la colina hacia mi vino un gran espejo que se desplazaba con pies propios, era un espejo con aspecto  humano. Logré frenarlo, pues iba directo a la piedra.

- Muchas gracias- me dijo con voz metálica Doña Crisálida. Así es como dijo que debía llamarla.
- Es el momento de mirarte en mí- Exclamo con tono trascendente la Doña del espejo.
Me empecé a mirar en el enorme y profundo espejo que se desplegó después del aterrizaje forzoso de Doña Crisálida, y de la profundidad de mi cuerpo reflejado, una fiera con dientes afilados y aspecto de lobo  apareció ante mis ojos. En sus pupilas se veía el dolor,  los demonios, la soledad, la injusticia, el hambre, la enfermedad, el castigo, el maltrato.
Alguien me tomo la pierna y me dijo:
- Oiga Señor- Exclamó un pequeño ser de menos de medio metro.
Me di la vuelta mientras oía el aullido de la bestia, y no vi a nadie. Me chistó desde la piedra el diminuto ser que me dijo llamarse Alvaruco:
- Escucha; lo que te muestra Crisálida es el reflejo de tus temores, de tus fantasmas. Enfréntate a ellos y guarda en la mochila el valor. Recuerda: Los fantasmas asustan más de lejos que de cerca.
Mientras tanto en los ojos de la bestia se podían ver el reflejo de todos mis temores: Miedo a quedarme solo, miedo a que no me quieran, miedo a la indiferencia, miedo a la muerte, miedo al dolor, miedo a la vida. Aquel enorme lobo, salió del espejo  y de un salto me iba a atacar, cuando recordé  una de las reglas que me dejó Otto: “Todo lo que parece real puede ser fruto de la imaginación”,  y los consejos de Alvaruco. Logré sobreponerme del miedo a aquel animal que se me echaba encima, cuando desapareció difuminado en el aire. En el suelo recogí varios paquetes que pude echar en la mochila para conservar: valor, cariño, bienestar, vida, y esperanza. Eran los primeros objetos que metía en mi mochila. Me sentía muy bien, había superado mis miedos.
Me despedí de Dña. Crisálida y continué el camino hacia la colina. Estaba muy cansado, suponía que era hora de dormir, porque como ni tenía reloj, y siempre era noche, no existía el día,  vivía en un estado permanente de nocturnidad inducida. De repente divisé una cabaña de madera, pensé en pasar y dormir en ella, cuando me encontré a un leñador partiendo troncos. En su parte superior colocaba una bola negra con forma de huevo de avestruz, y mediante una inspiración profunda y echando el hacha hacia atrás, lanzaba un grito de “JAAAA”, y partía por la mitad el huevo negro y el tronco, una vez partido el huevo un humo gris se evaporaba emigrando hacia el cielo.
- Buenas noches, o tardes, no sé señor.
- Dejémoslo en buenas, aquí no existe el tiempo.
- Bienvenido, soy Claus: El leñador del perdón.
- ¿Qué misión tiene usted, Sr Claus?.
- Me dedico a perdonar, y para eso lo que hago es destruir el rencor. Esas bolas negras que parto por la mitad, es el rencor, y el odio de la gente. Tengo mucho trabajo, pues el odio es un sentimiento muy humano.
- Yo no tengo odio, ni rencor, Sr Claus.
- Bueno, eso es lo que usted cree. .Existe un rencor residual, que acumulas a lo largo de tú vida, hecho a base de sentimientos de agravio, de dolor, de envidia, que es conveniente liberar. No olvide que: “Quien no perdona no ama”.
El Sr Claus, se acercó a mi pecho y extrajo dos bolas negras sin ninguna dificultad.
- Lo ve, he aquí la prueba de su rencor, vamos a destruirlas,
Claus; Tomando firmemente el Hacha, y depositando las bolas en el tronco, acompañado por el grito de JAAA, partió en cuatro mitades los huevos negros, y un humo grisáceo maloliente se evaporó en el aire.
El Sr Claus tomó un paquete del suelo donde ponía perdón, me lo entregó y lo incorporé a mi mochila. Ni siquiera me acordaba del cansancio, me encontraba mejor que nunca, lleno de energía.  Le pregunté al leñador si podía dormir en su casa, y este con una carcajada sobredimensionada, me dijo: “Aquí no se duerme, sigue tú camino, no necesitas dormir”.
Bueno, agradeciendo a Claus la limpieza,  y sin fiarme mucho de lo de “no dormir”, continué mi marcha hacia la colina de las luciérnagas.
CONTINUARÁ----------