lunes, 30 de julio de 2012

BAILE APASIONADO







Una luz incandescente atravesó el ventanal de la casucha con encanto donde nos encontrábamos manoseando unos libros en Checo. Ese haz luminoso y crepuscular iluminó el rostro difuminado por la caída del sol de aquella dama con la que había viajado desde España a pasar unos días en la vieja Praga.
El castillo de Praga era sin duda un marco perfecto en el que me hubiera gustado vivir; vendería mi alma al diablo por poder transformarme por un instante en un noble caballero medieval.
Aquella mujer me hizo perder los estribos; un pelo negro azabache recorría su rostro, mientras una mirada angelical, aderezaba el contorno de unos esponjosos labios que estimulaban mis más recónditos deseos.
 Habíamos pactado en España que en nuestro viaje existirían dos momentos diferenciados cada día: Por un lado “mí momento”; en el que yo sería el maestro de ceremonia, y por otra parte el suyo; en el que debía entregarme a ella. Confieso que no estoy acostumbrado a esto último, pero me seducía entrar en el juego de alumno privilegiado de una diosa como aquella mujer que viajó conmigo a aquella maravillosa ciudad. Hay un amigo mío que dice que toda mujer lleva en su interior una diosa, y cada día saca una distinta a pasear.
Pues bien, aunque el asunto me creaba un cierto desasosiego, pues no me gusta perder el control de la situación; acepté aquel reto, más por el morbo que me producía, que por otra causa; pues como he dicho antes los momentos de pérdida de control, me acongojan; pero era difícil no ceder ante la seducción de una mujer como aquella.
Visitamos el castillo de Praga de forma minuciosa, nunca había disfrutado tanto de cada detalle en un viaje, de cada reflexión, de cada secreto oculto no percibido sino buceas a grandes profundidades. Mi Diosa, se dejó llevar por esa tendencia continua que tengo de ser docente interpretador de la realidad. Probablemente en algún momento calló en la indiferencia y el aburrimiento, yo era consciente de ello pero ella sabía que era mi turno y debía hacerme sentir bien; el protagonista, el maestro; era yo.
El pacto indicaba que a las ocho de la tarde terminaba mi turno, y ella empezaba a dirigir el suyo.
Frente a la casa de Kafka; un dulce olor a esperanza cubrió mi semblanza, y una electrificante  descarga de emociones varias recorrieron mis entrañas: Sentí como su imagen y su cuerpo se instalaban en mis pupilas, y una suave sensación de bienestar codificaba mi pensamiento, cuando de repente apareció el miedo en mi mente: Se estaba acercando la hora de perder el control, de entregarme a la dulce y frívola situación de caer en las garras de Ane, fue entonces cuando surgió la ansiedad, la angustia ante lo desconocido: ¿Qué pasará?, ¿Qué extrañas ideas maquinará aquella morena?, ¿Podré soportarlo?, ¿Saldé triunfante del experimento?.
Aunque mantuve la compostura, la sagacidad de la observadora mujer de negro, detectó mi tensión, mi rigidez, mi cara de preocupación, pero ella era tan perfecta que siempre sabía decir la palabra adecuada para tranquilizarme; ¿Cómo no iba a estar enganchado a ella?. Me acarició la mano suavemente desde la mitad del antebrazo hasta la punta de los dedos, ejecutando un tenue arañazo en el dorso de la mano, con aquellas uñas estrepitosamente cuidadas, rebosantes de un brillante esmalte rojo.
Ese gesto me dio mucha seguridad; me sentí comprendido, como cuando una madre acaricia el pelo de su bebé. Se me iluminaron los instintos perversos pero a la vez inocentes de la niñez; aquella mujer me producía tanta ternura que casi la emoción concomitante y refleja, iba a estimular algo que trataba inútilmente de evitar; el desprendimiento de una lágrima que recorriera mi mejilla derecha, pero de nuevo actuó para evitar algo de lo que me podía arrepentir. Me dijo: 

- Déjate llevar; todo irá bien, déjate llevar.
-¿Qué sentiste en ese momento?, espetó el Dr Rossman (mi psicoanalista).
Fui consciente en aquel momento que no estaba solo cuando abrí los ojos y observé el techo de su consulta, y el reposabrazos del diván.
- Sentí seguridad, anhelo de la infancia, ternura, me sentía pletórico, aunque es cierto que me preocupaba la pérdida del control que se produciría a las ocho de la tarde-.
- Prosigue con el sueño-, emitió Rossman en un tono un tanto autoritario.
 - Aparecimos de repente en la playa; una arena blanca nacarada cubría nuestros cuerpos; estábamos solos frente a la inmensidad de un océano trasparente, azul claro. El agua estaba caliente, muy agradable. Yo me sentía sobrecogido por la situación, pero muy excitado, aunque un tanto tenso por no poder dominar ese espacio, esa situación, a aquella mujer.
Me tomó de la mano, dejamos nuestras ropas llenas de arena, sudor, y deseo, y corrimos desde la orilla hacia el interior del mar acompasados por un liberador grito que a mí me costaba emitir. Disfrutamos de cada sensación, de cada color, de cada una de las gotas que impactaban sobre cada poro de nuestra erizada piel.
Nos abrazamos, e intuí que ella percibía que continuaba tenso, nunca había sido el agua mi predilección, pero me gustaba, me fascinaba la tranquilidad y la locura que el turno de Ane estaba imponiendo en mí.
Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo embalsamados por el fluir del agua cristalina y la sal que sazonaba nuestra piel. Ella me acariciaba y besaba por todo el cuerpo, mientras mis músculos se relajaban y se entregaban a la pasión del momento.
- ¿Cómo te tomabas que ella llevara el control?-, emitió de forma repentina el Dr.
-  Verá; no me gustaba, me hacía sentir desvalido. Creo que no  dejarme llevar, aunque sea en un momento de disfrute extremo, me angustia. Tengo que ser yo el que cuide, el que proteja, el que domine, lo otro produce malestar, miedo, aunque por otra parte confieso que mucho morbo y curiosidad.
- Quizás es un papel antropológico que he asumido hasta la saciedad; puede que aprendido: mi padre era bastante autoritario, y siempre le gustaba controlar, contenía cada emoción que implicara lo que entendía que era debilidad.
- Continúa con el sueño, no te detengas-
- Nos acariciamos, nos besamos, comimos y devoramos nuestros cuerpos desnudos sumergidos en el océano, cuando de repente aparecimos en su salón de baile; donde ensaya y da clases (Ane es bailarina). Allí intentaba enseñarme a bailar. Ella repetía: “Déjate llevar, se como el aire, como el viento, deja que tus emociones fluyan”.
Yo seguía sintiéndome incómodo, pero empezaba a ver que mis reticencias iníciales estaban desapareciendo, y poco a poco empezaba a ser otro anexo del cuerpo de Ane que manejaba a su antojo. Ahora si  éramos un solo cuerpo con la flexibilidad de una rama verde de un arbusto. La complicidad de nuestras miradas construía un momento de intensa pasión, sublime, etéreo, fuera de toda consideración material.
Pero a su vez se fundía en nuestros cuerpos un cálido deseo, al que dimos rienda suelta  en cuanto terminó la canción. Su suave piel con sabor a sal, estimulaba aún más el excitante momento que estábamos viviendo. Todo estaba transcurriendo con una perfección absoluta, hasta que un maldito despertador interrumpió mi grandioso sueño.
- ¿has dicho toda la verdad, Brian?
- ¡Eh!, bueno, no toda.
- Adelante.
Rossman, que conocía profundamente a Brian, había notado alguna discordancia importante entre el relato y sus gestos, sabía que había algo raro.
- La verdad es que no he dicho toda la verdad: el sueño no es mío, es de Ane- emitió Brian con un tono de arrepentimiento como el niño que hace una trastada.
- ¿Quieres que interprete su significado?.
- Si, eso pretendía.
-  Pero hay muchas cosas tuyas en el relato, ilustradas por ti.
- Si claro,  también tengo que aprovechar mi terapia.
Al Dr, no le importaba demasiado la mentira de Brian. Pensó durante unos segundos y emitió el siguiendo dictamen:
- Bueno, lo obvio es que es un sueño con un alto contenido sexual, con una simbología de roles que os habéis otorgado: El profesor racionalista y la dama apasionada.
El Castillo de Praga simboliza las ataduras, la prisión, la ausencia de libertad, y el castigo se encuentra allí presente. Con el mar obtenéis la carta de libertad, pero no te sientes cómodo, prefieres censurar el deseo a dejarte llevar.
El agua purifica, y da rienda suelta a un incipiente intento de vencer los prejuicios que te acompañan. Ella te lleva a su terreno, donde se encuentra cómoda, como mejor se expresa: con el baile.
Te seduce, consigue desatar tú pasión, y te otorga el papel de alumno al que proteger, al que cuidar. Es obvio que Ane rechaza la protección, pero a la vez quiere tener una figura protectora bien cerca, unida a su piel.
Está claro que en vuestro interior arden deseos castrados de liberación de vuestras ataduras, más de tipo moral que material.
- Dr; ¿Dejarse llevar qué significado tiene?, es algo que se repite en el sueño.
A mi modo de ver, Brian: hay un deseo sublimado de tú dama por controlar y penetrar en tú yo, por volverte loco de pasión, esos son sus deseos. Probablemente es el resultado de un padre amado pero dominante y una  madre sumisa. La mente de Ane se mueve entre dos agua, una ambivalencia muy propia de las mujeres: El deseo de protección que se refleja en Praga y la dominación que  la fundamenta en la seducción, el juego y el poder sexual que lo obtiene con el baile.
- Toda una declaración de intenciones; ¿No le parece Dr, Rossman?.
- Brian; es el lenguaje cierto del subconsciente; que a veces no se correlaciona con el mensaje racional.
- Bueno Brian, la sesión ha terminado: ¡Dos por el precio de uno!, ¿no te parece?.
- Sí, disculpe Dr.

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