sábado, 2 de agosto de 2014

LA CENSURA DE GILDA

   -  ¿Qué ha ocurrido en estos días?.- Espetó abruptamente Walter después de un silencio violento en el que se recreaba al comienzo de las sesiones, para provocar la salida espontánea de lo que a ella le provocaba angustia. Gilda no se encontraba bien en estos días. Las contradicciones le habían invadido. La vuelta a la jaula en busca de seguridad y calma había removido sus viejos fantasmas, sus traumas infantiles: Una Gilda libre luchaba por salir, censurada por la Gilda reprimida por sus figuras de autoridad. En aquel caso la niña Gilda estaba replegada sobre sí misma, y solo sacaba la cabeza en escenarios seguros, donde pensaba que no podía ser dañada.  Pero la niña anhelada por Gilda era la liberada, sin complejos, sin prejuicios, la de los primeros años de su infancia.
-          En estos días mi mente es un volcán en erupción; me debato entre mis deseos muy intensos, llenos de magia, de energía, de ilusión, de esperanza, de pasión. Por otro lado está lo racional, lo que dicen que me conviene, lo estable, lo seguro. La gente, incluso los que más nos quieren, tienden a aconsejarnos en función de lo que socialmente está más aceptado, con sentido práctico y racional, olvidando la parte emocional de cualquier decisión, que es la que en realidad te aporta felicidad.
 
Ante unos segundos de silencio, mientras los ojos de Gilda emanaban un brillo húmedo, Walter decidió explorar los sueños que estaba teniendo su paciente.
 
-          Gilda: ¿Recuerdas tu último sueño?.
-          Creo que algo Walter; bueno la verdad es que lo recuerdo muy nítidamente:
 
Me encontraba en una playa Caribeña. Una arena blanca muy fina sujetaba nuestros cuerpos. EL agua trasparente del mar marcaba cuatro o cinco contrastes de colores configurando un llamativo puzle de azules. Me encontraba con mi gran amor. Me sentía libre, sin ataduras, muy satisfecha y extremadamente feliz.
De repente aparecí en una tarima de madera envejecida con él, donde un ventilador de aspas gigantes removía el aire caliente del ambiente. Sonaba una canción:
“Se me olvidó que te olvidé, y como nunca te encontré entre la sombra escondida…”.
Yo bailaba desatada, expresando mis sentimientos como nunca lo había hecho. Él acompañaba mis pasos con intensa complicidad, nuestros ojos estaban conectados. Amarró  mi cintura conectando su cuerpo con el mío, y fue entonces cuando un rayo de pasión atravesó mis entrañas, fundiéndonos en un ardiente abrazo.
Al ritmo de aquella canción, nuestros cuerpos desprendían un intenso calor interno. Una pasión desmesurada convertía el deseo en ritmo apasionado.
Poco a poco me quitó la ropa; un vestido rojo que en cada giro que daba levantaba un vuelo circular con el que aquel hombre  se llenaba de deseo.
Me dejó en ropa interior, también roja con unos zapatos de tacón fino a juego para la ocasión. Hice lo propio, y lentamente me dediqué a desprender de su ardiente cuerpo,  una camisa blanca  que le favorecía especialmente. Destacaba su pecho ennegrecido por el sol. Poco a poco le quité el cinturón y el botón de un pantalón negro pulcramente planchado.
Él se acercó muy lentamente a mí, y en un ataque de deseo, me rompió el tanga rojo que desprendía fuego por todas sus aristas. Me subió a un taburete que estaba situado frente a una barra de bar,  donde una cubitera llena de hielo le invitaba a enfriar la pasión que desprendía mi cuerpo.  Se metió en la boca un pedazo de hielo y lo fue frotando desde los pies hasta el cuello por todo mi cuerpo. Me colocó un antifaz negro con el que no veía nada. Esto me excitaba mucho, esta pérdida de control, está entrega total a sus caprichos. Mi sexo estaba muy húmedo; desprendía gotas de deseo que mojaban el asiento y la tarima del suelo donde nos encontrábamos.  Sentí el hielo entre mis muslos y en un instante ese frescor excitante estaba en mi cálido clítoris, empezó a estimularme con su fría lengua lentamente. No tardé en alcanzar el clímax.   
Tras mi orgasmo, nos besamos, y le dije: “Quiero que me penetres”. Me sentó en el taburete y me introdujo por el culo, ese miembro que estaba a punto de reventar, a la vez que me metía los cinco dedos de su mano derecha por mi vagina… Un placer inmenso recorría mi cuerpo, mi alma, mi rostro. Yo no paraba de repetir: “Qué placer”, “qué placer”. Me dio tan fuerte que mis nalgas estaban irritadas, tan coloradas como la ropa que elegí para aquel día. No tardé en correrme de nuevo, el siguió hasta que reventó, y entonces me puso su verga en la boca, para recoger toda la pasión contenida que llevaba dentro.
 

-          ¡Gilda basta!: ¡Qué nivel de detalle!. Me has excitado ahora a mí. Es una broma, por supuesto. Ha sido muy revelador.- Dijo Walter con voz socarrona.
-          Lo siento, no sé qué me ha pasado. Estaba como hablando conmigo misma, sin darme cuenta que estabas ahí.
-          ¡Estupendo!: Eso es que la terapia funciona, estamos superando la censura.
-          Ese sueño que he tenido no puedo olvidarlo; ha sido como la proyección de mis deseos, como el motivo de mi existencia.
-          Bueno; tu sueño tiene mucha simbología: El mar, el baile, el rojo: Anhelo de libertad, la pasión, el deseo. Pero realmente quien mejor puede interpretar tus sueños eres tú.
-          Yo sólo sé Walter, que me sentía genial. Me desperté y quería volverme a dormir para seguir con el sueño.
-          Gilda; en tú sueño está la niña libre de tu infancia; cumpliendo sus deseos, sin prejuicios.
-          Mira lo que dice Osho: “Antes de abandonar la orilla de la seguridad, en cierto sentido estabas perfectamente. Sólo faltaba una cosa: La aventura, y esa carencia te empujó a hacerte a la mar. Siempre emociona adentrarse en lo desconocido. El corazón empieza a latir con fuerza y de pronto estás viva de nuevo, totalmente viva”.
-          Los miedos esconden en muchas ocasiones deseos, deseos irresistibles, que tendrás en “tus debería…” toda tu vida  si no los cumples. Hasta el Miércoles Gilda.

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