miércoles, 14 de marzo de 2012

EL OPTIMISMO: UNA DE LAS TRES PATAS DE LA PERSONALIDAD FELIZ

Sorolla

La personalidad es uno de los predictores más influyentes en el bienestar subjetivo del ser humano,  y en el afrontamiento de las adversidades y acontecimientos que ocurren  en la vida, desde luego el propio envejecimiento genera cambios que a su vez nos llevan a crisis personales que requieren una forma de adaptación a esa nueva situación: Estas crisis, el verlas como una oportunidad o como algo terrible e insuperable, está  muy condicionado por nuestra estructura de la personalidad.
Para Luis Rojas Marcos; la mejor manera de saber si una persona es dichosa es analizando en qué medida contiene los tres ingredientes de la  “Personalidad Feliz”:
1. Autoestima.
2. Capacidad de adaptación a los retos y cambios que supone la existencia.
3. Talante optimista y comunicativo.
Aunque los tres son importantes, y se encuentran íntimamente relacionados, me interesa centrarme en el último punto, aunque de forma colateral también hablaré de los anteriores:
El psiquiatra norteamericano A. Glassman tras la revisión de varios estudios llega a la conclusión siguiente: “Los hombres y mujeres optimistas tienen más posibilidades de sobrevivir a un infarto de miocardio, y se recuperan mejor de las operaciones de coronarias que las personas pesimistas”.
Hay que matizar en este punto que el optimismo ilusorio o poco realista es tan nocivo como el pesimismo crónico, pues estas personas toman decisiones con datos poco ajustados a la realidad, y por tanto  actúan de forma equivocada en muchas ocasiones ante amenazas evidentes. El optimismo esperanzador lo más ajustado a la realidad posible, es la forma adecuada de usar esta fuerza motivacional para enfrentarse a la vida.
El optimista es abierto, extrovertido, vitalista, empatiza más con los demás, y tienen más posibilidades de encontrar pareja y de tener una red social de amigos que refuerce su autoestima (al sentirse querido), y a su vez su propia visión positiva de la existencia.
Un aspecto importante en esta espiral de  pensar positivo, cuidar la autoestima, y  la capacidad de adaptación, es la “Sensación de Control sobre los hechos”: Cuando pensamos que nuestro devenir está controlado fundamentalmente por nosotros, nos sentimos más contentos que cuando las circunstancias nos desbordan y nos entregamos a ellas.
Numerosas publicaciones hacen referencia  a la relación entre la capacidad de controlar el entorno y hacer uso de nuestra libertades personales para tomar decisiones en instituciones como las geriátricas; como qué fotos tener en la mesilla, dónde poner la televisión y el nivel de autoestima. En mi trabajo en residencias de ancianos, observo como la capacidad de control del  entorno y de la propia persona es un aspecto que repercute de forma determinante en el estado de ánimo, la adaptación a la institución, y en definitiva en la construcción de  un proyecto de  vida personal positivo que permita vencer los imponderables que puedan surgir en la vida. Para Epicteto poseer el control del propio “Yo” es sinónimo de felicidad.
El estanque de Monet: Exposición del Hermitage en El Prado.

Pero también son los estímulos emocionales positivos los que potencian la autoestima y las ganas de vivir. Para mí las demandas emocionales no satisfechas, van instrumentalizando la conducta del ser humano que a modo de tropismo, busca insistentemente la caricia, el reconocimiento, la sonrisa, el aprecio, el beso, el amor, la amistad. En centros donde atendemos a mayores que están solos, que  la familia no viene a verlos, existe una hipertrofia de la demanda emocional, en una actitud regresiva, intentan fijar la atención de cualquier ser humano para sentirse acompañados, queridos, y valorados. Esta demanda de cariño si es correspondido, es un aspecto que fija las bases de una autoestima fuerte, y ayuda a ver la vida de color pastel.
Para Vicktor Frankl: La primera fuerza que motiva la conducta humana es el anhelo por encontrar el sentido de la vida, lo que denomina: “Voluntad de sentido”, yo veo que  muchos mayores pierden el sentido de la vida, se preguntan qué hacen en este mundo, qué pintan ya si nadie les viene a ver, si a nadie les importa si se sienten bien o se sienten mal. Piensan que ya no existe misión para ellos en este mundo; este estado profundamente nihilista y pesimista, sólo puede salvarse recuperando estímulos por los que merezca la pena levantarse cada mañana: construir un nuevo argumento para vivir: Controlar mi cuerpo, asistir al grupo de teatro, al baile, etc. Se trata de transformar el Nihilismo en Optimismo.
En ese proceso de transformación es necesario una buena dosis de aceptación: Hay cosas que ya no van a volver, y hay aspectos de mi pasado que no voy a poder cambiar. Se trata de impregnarse  de optimismo realista. En palabras del teólogo Reinhold Niebuhr: “Aceptar con serenidad las cosas que no podemos cambiar, el valor y la fuerza para cambiar las cosas que podemos cambiar, y la sabiduría para distinguir lo uno de lo otro”; es decir que la aceptación como mecanismo adaptativo para digerir las cosas inevitables o que no se pueden modificar y la lucha por lo que se puede cambiar (ahí estaría parte del sentido de la vida, que hablaba Frankl), pero sobre todo es necesario una alta evolución que nos lleve a la sabiduría para diferenciar que en lo inmodificable no se debe gastar ni una gota de energía, se debe guardar para construir un proyecto de vida realista y optimista. 
A medida que envejecemos es conveniente olvidarnos de ciertos papeles propios de la juventud, que ya no tienen sentido y sustituirlos por algunos más apropiados y gratificantes: disfrutar la intimidad que implica abrirnos y mostrar quiénes somos de verdad, compartir ese yo auténtico, coherente y sabio que sólo surge con el tiempo; superar la polaridad entre hombres y mujeres; y unir el lado masculino y femenino que todos llevamos dentro (Luis Rojas Marcos; “Nuestra felicidad, Espasa Calpe, 2000). 
Para encontrar esa tranquilidad del alma <Ataraxia>, que decía la filosofía griega clásica, tenemos que sufrir  lo menos posible o sólo cuando sea necesario. Para Epicuro el sufrimiento sólo tiene sentido para obtener un placer mayor. Necesitamos superar la carga del pasado y enfrentarnos a la incertidumbre del futuro con optimismo y esperanza, con la ventaja del bagaje adquirido en toda una vida. En este punto de madurez en el que seamos conscientes de nuestras limitaciones y nuestros puntos fuertes, hay que elaborar un proyecto vital flexible en el que el optimismo realista sea la energía que nos haga levantarnos cada día.
El optimismo por si mismo mejora la salud; es una fuerza que con la esperanza nos impulsa hacia la mejora, o hacia la recuperación como comentaba al principio de este artículo. Christopher Peterson y colaboradores descubrieron en Harvard que los licenciados más pesimistas en 1946, eran los menos sanos físicamente en 1980. Por tanto una persona optimista vivirá más, y no solamente eso sino que vivirá mejor: Las personas optimistas, que tienden a apreciar los aspectos positivos de las cosas en general son más felices, que los que se quedan más con lo negativo.
Para el Dalai Lama, el primer paso hacia la felicidad es encontrar los factores que nos hacen felices y aquellos que nos producen sufrimiento, una vez hecho esto debemos ir eliminando paulatinamente lo que nos hace sufrir y fomentar lo que nos hace feliz. Para llevar una vida con optimismo en la vejez tendremos que elaborar una lista de conductas que nos producen dolor y que no podemos cambiar, y una lista con la que nos quedaremos de forma mayoritaria que será la que nos coloque en el camino de la felicidad.
En resumen; es imprescindible un proyecto elaborado con realismo optimista de vida, que mejor exprese las necesidades de ese yo interno que con el paso de los años fluirá con mayor facilidad, que sea capaz de controlar de forma importante las riendas de la existencia, con el uso de la aceptación como mecanismo adaptativo ante lo inevitable, y anulando el sufrimiento improductivo (que se centre en aspectos inmodificables).


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