domingo, 21 de octubre de 2012

LA PRINCESA Y EL PRÍNCIPE DIFUMINADO




Todo estaba preparado para iniciar un largo viaje; la Princesa, tomó sus pertenencias, las introdujo en su maleta azul, y  se aposentó  en su escritorio a escribir en su diario lo que sería su único rastro, el único fragmento que quedaría de su anterior vida:
Querida vida, queridos acompañantes de mi vida anterior, os estoy muy agradecida de todo lo que habéis hecho por mí; de todo lo que he aprendido y lo que he crecido a vuestro lado, pero todo se acaba, todo tiene un fin, y esto ha llegado a su término. No sé en este momento si alguna vez amé durante estos  años, tampoco sé si fui feliz; sólo sé que he tocado techo, y he llegado a una encrucijada en la que tengo la opción de seguir por el sendero de siempre o aventurarme a partir por un nuevo camino. Siempre he pensado que es mejor arrepentirse de lo que haces que de lo que no has hecho, y eso es lo que he decidido: Romper y empezar de nuevo, con la carga de la nostalgia de los que he querido, con el dolor de partir hacia lo desconocido dejando atrás tierras firmes, pero el cambio forma parte de la vida. Alguien me dijo una vez: “Si no cambias puede que te extingas”, todo cambia: el día, la noche, el sol, las estrellas, la vida, la muerte, los amigos, los enemigos, la guerra, la paz…. Son variables que van marcando caras de una misma moneda pero que modifican los caminos por los que el ser humano debe discurrir. Hasta ahora el miedo a lo desconocido, al desapego, a la pérdida de la estabilidad ha frenado mi partida, pero hoy nada me ata, mi alma llena de nostalgia y de capacidad de amar, está preparada para un nuevo destino, para conquistar nuevas tierras, para abrazar el amor que nunca he tenido, para sentir lo que nunca he sentido, para volver a nacer y si es necesario para  morir”.
La princesa hizo preparar su carroza, se puso sus mejores galas, y emprendió el viaje que llamó “el viaje al amor”… Llegó a una aldea  llamada Esperanza; donde de pequeña solía veranear con sus padres. Se instaló en un palacio en las afueras, que pertenecía a sus antepasados.
A la Princesa Sheila le gustaba pasear por un lago que se encontraba cerca de su palacio,  donde un frondosos bosque lleno de arbustos y animales la acompañaban en sus largos paseos. En realidad se sentía muy sola, en esta nueva vida que había iniciado necesitaba tranquilidad, sosiego, tiempo para poder borrar el peso de su pasado e iniciar una nueva vida, pero de momento todo era calma, tranquilidad, nostalgia, y miedo a la soledad. Pero había ido a Esperanza en busca de su príncipe, de aquel fornido joven que en su juventud le salvó la vida, mientras nadaba en el lago donde sus padres la solían llevar.
Una tarde otoñal, mientras se encontraba en la orilla del lago, cuando la luz del sol incandescente  esperaba a la noche, observó sobresaltada un reflejo en el agua: Un rostro feo con nariz y orejas puntiagudas; al volverse había desaparecido, dejando el rastro de sus pisadas. Se asustó mucho y corrió hasta su carroza y ordenó al cochero que partiera hacia su palacio a toda velocidad, de camino hacia su hogar, aún con la tensión de su visión, de repente notó un impacto, que hizo frenar al cochero, que en unos segundos se acercó a la princesa y le explicó que habían chocado con algo extraño, la Princesa bajó del coche y observó a la criatura que habían arrollado tendida en el suelo y llena de sangre.
Era un ser extraño, el mismo que había observado en el lago: Nariz puntiaguda, ojos achinados incrustados en una órbita cubierta por unas cejas pobladas y antiestéticas, unas orejas alargadas que terminaban en punta ocupaban la  ambos laterales de su cara, un pelo largo liso y sucio daban cobertura a ese estridente rostro...
La Princesa al mirarlo percibió una familiaridad que hizo que la sensación previa de desagrado se fuera transformando paulatinamente en ternura, tranquilidad, incluso nostalgia. Ordenó que lo llevaran a su palacio, y avisó a su médico particular para que lo examinara. El Doctor sólo pudo decirle que tenía una conmoción, pero que no sabía lo que era esa criatura tan extraña.
La princesa acudía todos los día a ver cómo estaba su protegido, así lo hizo durante una semana, hasta que un día el ser abrió los ojos y despertó…
- ¿Quién eres?, preguntó Sheila
- Soy lo que su alteza quiera que sea, pues sólo soy fruto de su imaginación.
- Pero nadie me ha negado tú existencia…
- Simplemente le han dicho lo que quería oír alteza. ¿Quién se atrevería a decirla que soy fruto de su imaginación?, nadie en su sano juicio.
- ¿Entonces no existes?...
- Todo lo que habita en nuestra imaginación es susceptible de materializarse.
- Pero: ¿Por qué una criatura así?.
- ¿Por qué no?, ¿acaso la imaginación no es libre?
- Pero tú voz, tú mirada, tú forma de hablar, me es muy familiar.
- Busca en tú interior, allí encontrarás la respuesta.
La Princesa preocupada, pensando que su mente había enfermado, mandó llamar a su médico, y confirmó que en la estancia donde había alojado a la criatura no había nadie, pero efectivamente ningún miembro de su séquito se había atrevido a contradecirla.
Cuando se quedó sola, volvió a la habitación de aquel ser, y lo encontró sentado sobre la cama, se acerco y le dijo:
- ¿Cómo te llamas?, ¿Quién eres?, ¿Qué deseas de mi?.
- Mi Princesa, soy tú deseo, y vivo esperando que me liberes de la jaula en la que me has metido.
- Pero la cuestión es cómo;  
- Sólo el amor podrá salvarme, y recuerda: Todo lo que es pasa por nuestra imaginación es susceptible de materializarse.
La Princesa Sheila, acaricio la horrible cara de aquella bestia, y sin saber por qué lo hacía besó con una pasión desenfrenada sus resecos labios, sintiendo un escalofrío como nunca lo había sentido antes. Se dio cuenta que era el amor de su vida, que había descubierto el amor, que aquella criatura asquerosa era con la que quería vivir toda su vida.
Aquella bestia empezó a transformarse paulatinamente en un rostro humano muy bello; su nariz se suavizó, sus orejas se encogieron y se volvieron pequeñas, y un cuerpo musculoso y esbelto invadió su cuerpo.
Sin duda era el  príncipe  con el que Sheila había soñado, era el compañero de viaje con el que quería iniciar esa nueva vida, y lo había encontrado oculto dentro de aquel ser tan desagradable… Era su salvador.
La Princesa confusa, sin saber qué era verdad y qué era ficción, reunió a un comité de sabios para que estudiaran el caso; acudieron astrólogos, físicos, magos, filósofos,  y galenos.
Después de meses de estudio, y presionados por la melancolía en la que estaba sumergida la princesa llegaron al siguiente dictamen:
“La princesa Sheila; habita en un mundo paralelo, que por su especial sensibilidad sólo puede percibir ella, el resto de los mortales jamás podrán ver a su príncipe, pero ella podrá vivir con él el resto de sus días si así lo desea, considerando que su amor no lo podrá compartir con nadie nada más que con él, pues siempre será para el resto de la humanidad; el príncipe difuminado”.
La Princesa más confusa aún pensó: ¿En realidad podré compartir mi vida con alguien que no puede ver nadie nada más que yo?, ¿con un príncipe que sólo existe para mí?, ¿Con un espectro que no podré mostrar a nadie?…  No, creo que seguiré esperando, seguiré buscando a alguien más real, alguien a quien todos puedan ver.
La Princesa triste y abatida le dijo a su dama de confianza: Te das cuenta, querida Marcela: “Me he pasado la vida buscando unas alas, y ahora que las encuentro no puedo volar”. No sufra majestad quien busca halla y quien resiste gana.
La Princesa Sheila, animada por su doncella Marcela; acudió a la habitación del Príncipe difuminado (así lo llamaban todos), y le preguntó cómo podía hacer para que todos lo vieran.  El Príncipe la dijo:
- Hombre creía que nunca me lo pedirías, sólo tienes que desearlo. Hasta ahora tus miedos han hecho que mi rostro no se pueda mostrar a los demás. Desde pequeño he vivido en tú imaginación, esperando que desearas devolverme a la vida: Si de verdad quieres que sea el amor de tú vida, sin duda lo seré, pero tienes que luchar y vencer tus miedos.
 La Princesa abrazó al Príncipe, tan fuerte como pudo, y se besaron durante horas. Marcela preocupada llamó y pasó a los aposentos donde estaba su ama. La sorpresa no se hizo esperar: Un radiante joven abrazaba a La Princesa Sheila.

No hay comentarios:

Publicar un comentario