domingo, 19 de agosto de 2012

EN BUSCA DE LA PASIÓN



Melisa nunca se había entregado a la pasión de esa manera. Era una chica muy moderada, constreñida por las ideas que tenía sobre ella misma: Pensaba que era una persona aburrida, incomprendida, entregada por completo a su profesión; abogada penalista y muy buena, de gran éxito. Se refugiaba en el trabajo para evitar las relaciones sociales. Era muy atractiva, pero ella no lo veía así, no le daba valor a su físico, aunque era muy coqueta y le gustaba vestir bien, pero más como un arma de poder profesional, que como un reclamo sensual.
Ella siempre había pensado que las emociones había que contenerlas, que no se debía perder la compostura por nada; que no se podía abrir las puertas a todo pensamiento frívolo que se pasara por la cabeza. Que toda emoción intensa había que pasarla por el filtro de la razón, y desmenuzarla  dejándola en su mínima expresión.
Todo esto estaba muy bien, pero un día conoció a un chico que era todo lo contrario, o más bien combinaba perfectamente la razón con la pasión. Era un hombre reflexivo, muy inteligente, culto, pero muy apasionado; se dejaba llevar por los impulsos cuando encontraba la ocasión.
Robert, había viajado por todo el mundo, había amado por instantes a cientos de mujeres, se le perdió el significado de la palabra convencional: ¿Era un vividor?,¿Un seductor?, ¿Un gurú de la soledad?. ¿Un hedonista extremo?...Probablemente un poco de todo eso; pero lo que más destacaba era su capacidad de disfrute apasionado ante cualquier estímulo que le hiciera perder la cabeza.
Melisa era tan comedida, tenía miedo de perder las formas ante las ideas disparatadas de Rober: Le propuso bañarse desnuda en la playa a la luz de la luna. Melisa no supo qué contestar; le parecía tan obsceno, pero tan excitante a la vez, que la mujer lasciva y apasionada que llevaba dentro le decía ve y libérate, a pesar de que su espíritu victoriano le instaba a reflexionar: “Y si te ve algún cliente”, “Y si te gusta y pierdes la cabeza por ese chico”, “Y si te liberas y pierdes la razón”.
Melisa tenía un  buen lío en su amueblada cabeza:
- Melisa, vos sabés que la vida se vive una sola vez, y que lo que no hagas hoy te arrepentirás mañana.
- Nunca me he comportado así, no va conmigo; soy una persona seria y respetable.
- Pero no ves que lo que te hace respetable es la libertad de poder gritar al viento cuando te venga en gana.  Suelta tus riendas Melisa, habla con la luna, despójate de tus prejuicios, siéntete libre.
Melisa cada vez estaba más confundida. El chico le parecía muy interesante y estimulante; además desde hacía algún tiempo se estaba cuestionando la vida que llevaba. Pero ella sabía que él era tan radicalmente opuesto a ella, que un miedo atroz le impedía dar ese primer paso.
- Melisa: ¿De qué tienes miedo?.
- No sé; imagino de perder mi identidad, de deteriorar mi imagen y arruinar mi carrera.
- Creo que tienes miedo a la libertad, a lo desconocido, a lo que no puedes controlar: pero querida Melisa, esto es la salsa de la vida; lo que no controlas te sorprende, te abre nuevos horizontes, nuevas sensaciones.
- Bueno; no lo sé, debo pensar.
- Está bien, hoy estaré en el acantilado a las diez de la noche, si quieres verme ven. Si no vienes me iré a otro lugar en busca de una persona más apasionada.
Esas últimas palabras hicieron mella en Melisa: Se dio cuenta de que había una cosa que se dejó en la facultad nada más terminar la carrera: Su capacidad de apasionarse. Había cambiado la pasión por la razón. En su mente tenía tatuadas una cantidad de ideas que la bloqueaban ante el disfrute, ante la pasión, ante la alegría. Pensaba que divertirse era contraproducente y el principal enemigo de su carrera como abogada.
- Pero, qué demonios: ¿Por qué no puedo divertirme, apasionarme, y liberarme de esta vida de éxito, poder, y seriedad?- pensó la dama, con una pequeña subida de adrenalina que para ella era orgásmica.
Las diez de la noche marcaban en el reloj de bolsillo de cadena plateada de Robert. Pensó que ya no vendría, y cuando había perdido la esperanza; oyó una tenue voz a lo lejos:
- ¡Robert!, ¡Robert!, ¡espérame!.
Una dama morena con un vestido rojo corto, y unos zapatos altos de tacón con ilustraciones de casa blanca, volaba de puntillas hacia las rocas. A Robert, le dio tiempo a aproximarse a ella y abrir sus largos brazos para impedir que se desplomara en las rocas.
Melisa parecía otra: Sus ojos brillaban rellenos de verde esperanza. Su piel sudorosa con el vello erizado impactó sobre el torso desnudo de de Roberto.
El comprendió que había liberado otra alma. Ella sintió que había recuperado la pasión.
Se quitaron la ropa, y tomándose de la mano dieron un salto desde el borde del acantilado, hasta toparse con las cálidas aguas del mediterráneo, una vez allí se abrazaron y empezaron a gritar como si fueran aves en celo. Hicieron el amor durante toda la noche, hasta la extenuación, hasta caer rendidos en la orilla más cercana. Allí amanecieron cogidos de la mano, siendo espectáculo visual de corredores matutinos, voyeurs, cotillas, y turismo variado, pero a Melisa no le importó, perdió de repente todos sus prejuicios, sus ideas conservadoras,  y se entregó por completo a la pasión sin contención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario