sábado, 7 de marzo de 2015

ERES MI DIOS


- En las distancias cortas me emociono.- Espetó Bebo mientras derramaba una lágrima que empañaba sus gafas azules, que difuminaba a una Gilda radiante, iluminada por un pequeño  rayo de sol que se colaba por la ventanuca  de la cueva, y potenciaba los brillos ocres  del pelo de la dama...De nuevo Gilda con sus palabras había conmovido a aquel hombre, junto a la complicidad  y el  climax que había producido un vino tinto tolerable, que el mesonero les había servido junto con un churrasco rosado que desprendía sosiego.

Gilda hacía vibrar a Bebo al ritmo de su mirada, quedaba sofronizado por su voz, que le llevaba lentamente a un estado previo a la hipnosis, donde sus sentimientos salían sin censura, sin limitaciones, en un estado de intensa locura amorosa. Bebo adoraba a su princesa. No había sentido nada parecido por ninguna otra mujer, y esto le provocaba una sensación de inmensa felicidad.

La feminidad de Gilda se desprendía por cada uno de sus poros; no era una feminidad forzada, no sabía ser de otra manera: dulce desde los pies a la cabeza, como esa madre que todos los hombres buscan, que un día dejaron y que no paran de añorar desde que nacen hasta que mueren. Bebo no era una excepción, pero en su caso había encontrado a una mujer con los atributos de su madre: tolerante, que le amaba por encima de todo, que sabía en cada momento lo que estaba pensando, que satisfacía todas sus necesidades, y a ella le hacía muy feliz poder hacerlo. Nada era fingido, todo fluía con armonía cuando estaban juntos.

Esta situación hacía que a Bebo le diera pánico que ella desapareciera de su vida. No podía imaginar ahora la vida sin ella, sin sus besos, sin sus caricias, sin sus miradas de complicidad aunque estuvieran rodeados de gente...Ellos se comunicaban continuamente con un sistema en el que sobraban las palabras; sus miradas cargadas de mensajes de afecto, de pasión, y de deseo, calentaban cualquier situación, una merienda, una comida, cualquier momento era bueno para transmitir los rebosantes sentimientos que el uno sentía por el otro, además no podían evitarlo; se adoraban, se querían tanto, estaban hechos a medida, como dos piezas perdidas  que encajan al milímetro, pero que nunca se habían encontrado hasta ahora.

- Gilda; hay una verdad que circula por mi mente de forma obsesiva: "He podido querer a otras personas, pero ahora se que como te quiero a ti no he querido ni querré a nadie".
- No seas exagerado Bebo...a mi eso no me importa- contestó ella haciendo alarde de esa frialdad que le salía de su ego más dolorido, aquel donde guardaba las heridas medio cerradas, pero que de vez en cuando le recordaban que estaban ahí. Esas heridas que le habían causado los hombres de su vida, donde la traición, el desamor, y sobre todo el haberse sentido ignorada durante muchos años habían dejado una huella profunda en su mente. No entendía y no se acostumbraba a que Bebo se preocupara de sus sentimientos, de su estado emocional; le resultaba tan raro que incluso se protegía de ello. No quería mostrarle cuando se sentía mal; pero era inútil, a Bebo le sobraba observar el brillo de sus ojos para saber cómo estaba, y lo que estaba pensando. Era como mágico, incluso a el le sorprendía.
El le decía estás "aséptica"; quería decirle que estaba fría, desconectada de sus sentimientos, queriendo huir de Bebo, para que el no notara su malestar. Ella a veces usaba los argumentos de Bebo para justificar su conducta: El le decía que hay que relativizar, y darle a cada cosa la importancia que merece...pero claro para ella Bebo era muy importante, y el estaba acostumbrado a que  centrara su atención en él, y cuando no lo hacía se descomponía, se sentía ignorado, olvidado por su amor, abandonado, y  aparecía una amenaza de pérdida que le entristecía y hasta le enfurecía, pues el sabía que era el resultado de la invasión de la melancolía en la mente de Gilda.

- No exagero mi vida, expreso mis sentimientos simplemente. Mi felicidad depende de ti.
- Bueno; la vida es así. Si algún día me voy de tu vida, te adaptarás, tienes estrategias para superarlo.
- Creo que caería en una depresión profunda, de la que difícilmente podría salir.
- Vuelves a exagerar; no temas simplemente vive como si fuera el último día de tu vida, pero sobre todo aprende como si fueras a vivir para siempre. Esto me lo has enseñado tú.

Bebo un tanto excitado e irritado, amarró las manos de Gilda, la empujó sobre la mesa de la taberna, como si no hubiera nadie, y con una cara de psicópata asesino, rompió los botones de una blusa blanca que Gilda se había colocado para la ocasión. Los botones saltaron por el aire depositándose en el oscuro suelo. El Hedor a carbón y a la sabrosa carne, habían despertado a la bestia. Gilda un poco asustada, pero entusiasmada por la reacción, se movía en esa ambivalencia corriente, que se mueve entre la búsqueda de la delicadeza y sensibilidad en el hombre, y la violencia justa que demuestre la fortaleza y el dominio que refleja ese legado antropológico de necesidad de protección femenina. A Gilda le excitaba mucho esa sensación de dominio.

Tras el destrozo de la blusa, Bebo se topó con el redondo y voluptuoso pecho que luchaba por buscar la libertad entre un sujetador blando de encaje, que disparaba el deseo de aquel hombre. Optó por no perder tiempo en desabrochar lo y se centró en su falda que retiró, ahora si, con mucha delicadeza: unas braguitas blancas a juego, con unas medias que se fruncían en la parte superior de los muslos en forma de liga. Un espectáculo visual que iluminaba la oscuridad del lugar derretía a bebo, y le sumergía en una locura transitoria, entregada al deseo y la pasión.

Bebo; tomó un pañuelo negro y cubrió los ojos de Gilda, mientras una humedad intensa y rebosante invadía los genitales de la dama. Ella se revolvía en la mesa mientras Bebo deslizaba un pedazo de hielo por todo su cuerpo, desde sus labios hasta los dedos gordos de sus pies, muy suavemente retiró sus bragas mojadas, y las depositó en la mesa. Su lengua helada por el hielo comenzó a lamer un clítoris extremadamente invadido por la sangre. Ella le pidió que le pusiera su miembro en la boca. Retiró el sujetador y puso su verga entre sus dos tetas, mientras ella  observaba la cara de placer de aquel hombre. Ella exclamó con voz susurrante y pasional: -¡Eres mi Dios¡- La sensación de dominio  que sentía él le excitaba aún más, y a ella el sentirse poseída por su Dios, le dejaba a merced del éxtasis más potente que nunca había tenido.
La agarró de las caderas y apoyándola en la mesa la penetró por detrás, propinándole en su culo dos azotes que enrojecieron su apasionante trasero, metió su polla en aquella humectada vagina, ante los gritos de placer de Gilda, que hacía que acelerara la rapidez de los envites. Le daba lo más fuerte que podía, a ella le gustaba, no pudieron más ella se corrió, en forma de ocho o nueve descargas eléctricas que parecía que no terminaban nunca, y el se dirigió a la cara de su amor y la dejó un mar de semen que iluminaba su cara.

No había pasado nada, se vistieron, se sentaron y apareció el camarero cómplice de la escena de amor que había vivido en su taberna. Le pidieron la cuenta y con olor a amor y deseo se fueron a buscar nuevas aventuras que vivir.


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