sábado, 11 de febrero de 2012

SEDUCTORES PROFESIONALES

Mantenían una distancia corta, casi molesta, cercana, las mezclas de sus aromas rezumaban vapor limpio higiénico pulcro y a la vez con personalidad: Mary desprendía un olor tenue a naranja que combinaba perfectamente con el  aroma opaco a vainilla del seducido. Creaban un ambiente mágico de película de Bogart entre los dos. Ella llevaba un vestido de seda negro que cubría sus esculturales piernas hasta debajo de la rodilla, y a partir de ahí se vislumbraban unas medias de color carne con puntilla floreada a modo de una frondosa red que aprisionaba la pantorrilla.   Unos zapatos de charol, con un fino tacón largo realzaban su figura. Ella no era guapa, tampoco tenía un cuerpo escultural, pero sabía sacarse partido.
Su amigo vestía informal, pero elegante. Una americana marrón con coderas sobre una camisa de rayas azules gruesas con cuello blanco cubría    su torso. Unos pantalones de pana marrón adheridos a  un cinturón de cuero negro proporcionaban dignidad a las partes bajas del caballero. Unas botas marrones, cómodas, de cuero viejo desfilaban por sus enormes pies.
Ella empezó, como le  habían enseñado, aunque era un “don” natural que no habría necesitado aprendizaje. Pensó; “Bueno, juguemos con la vanidad”:
- Es la primera vez que me siento bien con un hombre: Le conozco desde hace media hora, y es como si lo conociera toda la vida. Me identifico mucho con usted, coincidimos en muchas cosas: le gusta el cine, la literatura, le gusta correr, viajar, le apasiona la moda-. Mary observó como las pupilas del “seducido” se dilataban y el cristalino ocular empezaba a lanzar un brillo especial que abría la puerta para  trabajar con una comunicación más íntima.
- Por favor; es el momento de tutearnos; La verdad es que no sé muy bien como ha pasado pero hemos conectado muy bien, siento algo mágico. Existe una simbiosis especial que algunas veces he tenido, y ha sido siempre con personas que admiro o grandes amigos con los que me identifico profundamente.
El primer paso estaba dado: la vanidad de ambas almas ser derretía por los cumplidos: daba igual que fuera entrenamiento o flujo emocional natural, el hecho es que los dos habían llamado a la puerta de la seducción y la llave empezaba a girar la cerradura.
Mary cruzó las piernas como él las tenía colocadas, y al igual que su interlocutor comenzó a abrazar su barbilla con la mano derecha unos segundos, copiando el gesto habitual del seducido. Era una caricia compulsiva que él siempre usaba,  le daba seguridad, era un elemento comunicativo para realzar su presencia ante la dama, pero su subconsciente ante el efecto espejo corporal, eliminó cualquier reticencia y duda  referente a que aquella mujer era encantadora, que le gustaría seguir viéndola.
- Quiero  decirte una cosa Mary; he podido ver que eres una mujer muy sensible por la sutileza con la que hablas de tú película favorita; me ha impresionado. Es una película dramática, y  hablas de ella con una trascendencia que me emociona. El seducido notó un escalofrío que le recorrió la nuca de forma súbita e inesperada, cuando ella emitió el juicio que tantas veces él con las mismas palabras había repetido de Joan Fontain en su brillante papel en Rebecca de Alfred Hitchcock: -“Su abyecta mirada me conmueve cada vez que veo esta obra maestra”-. Es difícil, casi imposible que ella eligiera la palabra que más le gustaba a él y repetía ante la mínima ocasión que podía: Abyecta….
El espejo verbal; usar vocablos que utiliza la otra persona nos acerca a ella, nos pone en su lugar, nos hace empáticos comprensivos, nos abre las puertas de la mente del seducido, pensó ella después de notar que había usado de forma inconsciente una de las palabras que él repitió tres veces en la hora que llevaban de conversación. Mary notó perfectamente la emoción del hombretón cuando después de desplegar su última arma natural de seducción no pudo contener el fluir de una lágrima que se desplomaba hacia la comisura labial. Era el momento de ir al baño: Mary acariciando sus muslos con sus manos en dirección a la rodilla, sujeto los laterales de su vestido y se levanto a la vez que emitía en un tono susurrante: - Me disculpas, debo ir al baño.-
El seducido, conmocionado pensó; es increíble esta mujer me ha dicho en cada momento lo que esperaba, o lo que hubiera dicho yo; qué extraño, si a penas hace una hora que la he conocido. Tras trascurrir media hora, el  seducido se preocupó porque la mujer no volvía; acudió al baño, y como no se atrevía a entrar le pidió a una camarera que lo hiciera por él, la camarera lo miró como si fuera un trastornado y le dijo que no tenía tiempo. Su cuerpo empezaba a contraerse y una taquicardia seca y miedosa redoblaba en su pecho, se armó de valor y pasó al baño de mujeres. La buscó por todos lados y allí no había nadie, tan solo la señora de la limpieza que al verle allí le llamó la atención y le dijo que  hacía una hora que estaba ella en el baño  y no había pasado ninguna mujer.
Un sudor frío y melancólico recorría su cuerpo, corrió a la puerta del bar a ver si veía algo, pero todo era inútil, allí no había nadie. Preguntó al camarero si había visto a la mujer que estaba con él, y  le dijo que no había visto a ninguna mujer, que desde que pasó al bar había estado solo…
El hombre “seducido”, compungido por haber perdido la pista de su alma gemela, empezó a dudar de todo: - Puede que fuera mi imaginación, o un sueño, o una aparición-.
En el fondo, él pensaba: “Todos queremos ver copias de nosotros mismos”, de nuestros rasgos, de nuestras expresiones, de nuestros gestos, de nuestros gustos, de nuestros pensamientos; esa es la base que utilizó Mary, ese espectro, esa sombra, esa mujer, esa imaginación, ese sueño, para seducirme.

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