sábado, 22 de junio de 2013

OBTUSA MIRADA


El inspector bermejo, tomó su auto marrón descolorido, Un volvo del año 90 que le había comprado a su cuñado (Un estraperlista, golfo, y vividor), y se dirigió al escenario del crimen.
Mientras conducía repasaba la noche que había tenido, con una puta barata que conoció  en un bar de mala muerte en la calle Montera. Bermejo tenía tendencia a la auto compasión. En este caso se sentía sucio, vulgar, chabacano: “Un tío que ha estado en la guardia real tiene una clase especial, una elegancia que no la tiene cualquiera”, solía repetirse a sí mismo.
Desde que su mujer le dejó por un bailarín cubano que conoció en La habana, a Bermejo se le había derrumbado su vida: La buena de Laura, la mujer perfecta, la envidiada esposa, bella, sumisa, y servicial, se perdió en los brazos de un nativo que le puso  el muslo en la entrepierna mientras bailaba con ella a ritmo de Bebo Valdés, en un viaje a Cuba en el año 2000.
Eso lo tenía en mente. Fue Diego Bermejo el que insistió a su abnegada mujer en hacer ese viaje. Sin conocer la amargura silenciosa en la que vivía su perfecta esclava. Ella se sentía sola, muy sola, echaba tanto de menos poder hablar con alguien, poder tocar a alguien, poder sentir su piel, su tacto, su corazón, tenía ansia de piel, hambre de muchos años de sequia emocional.
Pero el inspector no tenía ni idea de sus sentimientos, de sus necesidades sin cubrir, de  las carencias afectivas que tenía la dama. “Yo pensaba que era feliz, nunca se me ocurrió preguntarle”, se reprochaba Bermejo,  pero en realidad había sido su obtusa mirada la fuente de la desesperación de su mujer. Laura pensaba en silencio: ¿Cómo no puede darse cuenta que no siento nada?, ¿Cómo no puede ser consciente de mis lágrimas en las tardes de Domingo mientras el no para de ver la televisión?.
Laura lo había intentado todo: La seducción más visual, la provocación dialéctica como estímulo para extraer la capacidad empática del inspector, las cenas románticas más excitantes. Pero Bermejo tenía una ceguera emocional abyecta que le hacía ser frío, insensible, alexitímico.
Tenía una marcada incapacidad para reconocer los sentimientos de su esposa y los suyos propios. Hacer el amor para él era una cuestión mecánica de diez minutos, con ausencia de caricias, besos, sin perder el tiempo en preliminares. Las muestras de cariño y de pasión le hacían sentirse avergonzado, débil, desprotegido. Había aprendido desde pequeño a no emocionarse por nada, a que las emociones le hacían vulnerable.
Laura, que había conocido a la madre del inspector, pensaba que Diego era igual que ella. Siempre tan aséptica, tan lesiva, tan implacable en las críticas. Nunca les daba besos a sus hijos, nunca les mostraba su amor, pero para Dña. Clara mostrar sus sentimientos era algo prohibido: tocarse, hablar de cómo nos emocionamos, son muestras de flojera, para que los demás se aprovechen y puedan usarlo en nuestra contra, espetaba a su marido, que era completamente opuesto a ella. Para la suegra de Laura, y para el propio Bermejo, la vida era una batalla que había que ganar, y no valen los matices, las medias tintas, hay que estar por encima del enemigo para poderle vencer. De ahí esa clara agresividad y sobre todo esa censura sentimental…
Bermejo se había censurado tanto, se había puesto tantas barreras para protegerse del enemigo, que ya no tenía amigos, ni siquiera conocidos, y por supuesto esa fue la causa de la huida de Laura…
Pero eso no podía quedar así, su madre le enseño que en la vida hay que quedarse siempre por encima, hay que vencer las batallas, que uno puede estar herido, pero hasta que no destruye la fuente de su dolor no cumple su misión.
Como un león herido, Bermejo había buscado al negro Simón y a su Laura del alma, por todo Madrid. Tenía noticias de que habían dejado La Habana, para instalarse en Perales.
Bermejo tenía tatuada en su alma dolorida la última conversación con su esposa:
– Diego; lo siento mucho, no quiero hacerte daño, pero tampoco quiero sufrir más.
  - ¿De qué estás hablando Laura? Exclamó Bermejo, sin tener ni idea de lo que estaba pasando.
  - No entiendes nada, Diego, ni siquiera esto…
  - ¿De qué coño estás hablando?
  - No te has dado cuenta de que durante mi estancia en la Habana he descubierto la felicidad, por primera vez en nuestros veinte años de matrimonio me he sentido mujer…
- ¡Vaya, me alegro mucho Laura!.
- Lo que pasa que tú no has tenido nada que ver en mi descubrimiento.
- No te entiendo Laura.
- Te lo diré claramente, pues ni siquiera eres consciente: No te quiero, no siento nada por ti…He conocido a alguien que me ha devuelto a la vida. He decidido quedarme en la isla con él.
El inspector, hundido en la miseria, y con su incapacidad para expresar emociones sólo se le ocurrió exclamar:
- ¡Pensaba que eras feliz!
- Eso es lo peor: que no te has dado cuenta de lo que pensaba en todos estos años, esto es lo malo.
- Adiós Diego; te deseo que tú también seas feliz…
- ¡Laura!, ¡Laura!.
La dama revitalizada por la experiencia isleña, se alejó con descaro haciendo caso omiso a los lamentos y llamadas del inspector.

- Inspector: Se trata de una pareja asesinada cruelmente en el Jardín: un hombre de color de unos cuarenta años y una mujer blanca de unos cincuenta, acribillados a tiros. Parece que el móvil no es el robo, han dejado todo intacto. El forense sugiere que el móvil ha sido pasional. Un dato importante es la mutilación genital del varón, y la disección de los labios de la señora: ¿Qué piensa jefe?:

- ¡Que alguien ganó esta batalla!.