Gilda tenía mucha curiosidad por los pensamientos de Bebo,
por sus sentimientos, por lo que verdaderamente sentía por ella. Bebo estaba
sorprendido, no sabía lo que le estaba pasando. El no quería enamorarse, pero
era inevitable le había invadido una necesidad
de estar al lado de Gilda, de añorar su cuerpo, sus besos, sus abrazos,
su voz, ese timbre susurrante que Gilda usaba para seducirle, acompasado por ese vibrato de
voz tan sensual que a modo de hipnosis
poseía a aquel hombre, era irresistible.
Bebo se preguntaba lo que tenía aquella mujer que tanto le gustaba, y no encontraba una
nítida respuesta, pero si vislumbraba algunas sensaciones que le habían llevado
a ser consciente de algunas cosas:
Probablemente Gilda era el compendio, el coctel de la mujer
que siempre había deseado. Recordaba algunas palabras de alguien a quien amó: “Nada
se acaba, La huella queda, pero lo que esté en mi mano lo dejaré atrás. Por eso
a pesar de que la admiración gusta, así mismo consume mi energía y me ata. Sólo
puedes hablar de ti y de tu ahora. No hay respuestas universales”. Profunda
reflexión, que parece inconexa, y que a Bebo quebró su reflexiva cabeza durante
horas después de haberla oído: ¿Nada se acaba?...
Puede que la huella que dejan las personas que queremos, los
sentimientos, queden para siempre, de modo que ya la mente colonizada por
aquella experiencia ya no sea la misma: Eso queda seguro, se introduce en el
cerebro, y afecta de forma notable en la vida, la interpretación de la realidad,
y en la conducta de aquella persona. Bebo había tenido multitud de relaciones,
no sé si demasiadas; desde luego él había aprendido mucho de ellas, y poco a
poco había configurado un mapa de lo que buscaba en una mujer.
Gilda contenía los ingredientes perfectos de la mujer
deseada por Bebo: Locuaz, profunda, frívola, sensual, caritativa, empática,
complaciente, equilibrada, encantadora, tierna, inteligente. Once ingredientes que
convertían a aquella mujer, en la más
completa que había conocido. No le encontraba “peros”; probablemente una de las
cosas que más le seducía es que era una relación de “igual a igual”; en sus
anteriores relaciones Bebo era padre, terapeuta, protector, consolador, y aunque
a él le seducían esos roles que se autoimponía, le producían un desgaste tal,
que difuminaba la relación, la convertía en una responsabilidad placentera,
pero no dejaba de ser esa relación protectora y de satisfacción de necesidades
que un padre tiene con su hija. Bueno, siempre había estado con mujeres mucho
más inmaduras, y con heridas profundas:
Él pensaba que
buscamos siempre un mismo esquema, un mismo perfil, y no es que Gilda no
fuera una mujer con muchas heridas de guerra,
en definitiva él también lo era, pero la etapa evolutiva en la que Bebo
la había encontrado, era un momento perfecto de autonomía, una situación en la Gilda
se había liberado de miles de prejuicios, tenía esa perspectiva que te otorga
el paso de los años, y que te hacen relativizar las cosas, darle la importancia
que tienen. En sus relaciones anteriores, Bebo era un contenedor de ansiedad,
una palangana en la que sus amantes vomitaban sus angustias: “No puedo ver a mi
hija, mi ex me lo impide, y ahora no puedo hacer nada”, “Mi marido ha venido
borracho, y me ha puesto así el ojo que ves”, “Necesito sentirme querida,
protegida, cuidada, y tú me lo das, me das seguridad para ser el padre de mi
hijo”. Mil y una frases Burbujeaban en el recuerdo de Bebo.
Él tenía un sentimiento antropológico de protección que a
sus parejas le fascinaba, pero que a su vez les hacía altamente dependientes.
Con Gilda, no es que no usara la protección, a ella también le gustaba, pero en
su justa medida, fruto del amor, y no como elemento sustituto del cariño. Realmente
él nunca había valorado el deseo de tener a una pareja sólo para él, lo
consideraba posesión, cosificación. Ahora estaba sintiendo la necesidad de
querer a Gilda en exclusiva:
-
Gilda: ¡Te quiero solo para mí!.
-
¿Cómo?, ¿Ese es el Bebo que yo conocí?.
Realmente tenía miedo de tener ese sentimiento, aunque sabía
que a Gilda le gustaba, ella decía que era sano: Pero él siempre había teorizado
con aquella historia de El amor sólo es amor con libertad absoluta, la gente
tiene que ser libre para poder amar de verdad, y seguía pensando lo mismo, pero
ese sentimiento de querer tener a Gilda sólo para él era natural que lo
sintiera:
Estaba ante una Joya para él, un Hallazgo único que quería
conservar, una mujer con la que el tiempo no existía a su lado, una mujer que
le proporcionaba todo lo que necesitaba, sin tener que estar alerta para
recoger sus vómitos de angustias, una mujer con la que mantenía una relación de
simbiosis y reciprocidad; se ayudaban ambos, y ambos eran libres.
Era una situación perfecta, ahora eran libres de verdad, esa
relación de simbiosis en libertad, era el tipo de relación en la que creía
Bebo. Los celos y miedos que el sentía de que Gilda se entregara a otros
brazos, no era por ese hecho en sí, en realidad era por la influencia que podía
tener en aquella maravillosa e idílica relación que habían creado.
Gilda había sorprendido a Bebo con algunas frases
grandilocuentes, profundamente liberales, que a él le habían fascinado: “El ser humano es infiel
por naturaleza”. Pensaba Bebo: EL ser humano es un ser permanentemente
insatisfecho y en continua reconstrucción; quiere lo que no tiene, y lo que
tiene no lo quiere perder…Dentro de esa búsqueda de lo que no tiene y desea, se
reconstruye a sí mismo. Bueno esta era una faceta que Gilda debía madurar, en
esa nueva vertiente liberal que siempre había tenido, pero que sus anteriores parejas
no le dejaban tener. La libertad no
tiene normas, sólo el respeto, y fruto de ese respeto hacer el menor daño posible, cumpliendo
nuestros deseos, pero ella sabía que sus deseos provocarían dolor inevitable.
Bebo pensaba desde su experiencia, que
estar con una persona por pena sólo generaba una dependencia cada vez
mayor, y al ejercer la libertad esa
persona entraba en un círculo de angustias que le convertían en un controlador
paranoico, lleno de miedos e inseguridades.
La libertad cambia a las personas, como el amor, y el amor
con libertad es amor en el cambio, en la evolución de ambas almas que deciden
libremente amarse, en esa libertad y en ese cambio puede que sus caminos se separen,
ese era el miedo que por primera vez había sentido Bebo, en realidad eso son
los celos sanos que decía Gilda: “Miedo de perder a quien amas”, aunque a quien
amas de verdad nunca le dejarás de amar, y Bebo pensaba que aunque físicamente no
esté, Bebo siempre amará a Gilda. Este amor no depende de lo que haga ella: “Bebo
amaba a Gilda por encima de los deseos de ella, y eternamente la amará, y
deseará que ella sea feliz, al lado o lejos de él”.
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