Una luz incandescente atravesó el ventanal de la
casucha con encanto donde nos encontrábamos manoseando unos libros en Checo.
Ese haz luminoso y crepuscular iluminó el rostro difuminado por la caída del
sol de aquella dama con la que había viajado desde España a pasar unos días en
la vieja Praga.
El castillo de Praga era sin duda un marco
perfecto en el que me hubiera gustado vivir; vendería mi alma al diablo por
poder transformarme por un instante en un noble caballero medieval.
Aquella mujer me hizo perder los estribos; un pelo
negro azabache recorría su rostro, mientras una mirada angelical, aderezaba el
contorno de unos esponjosos labios que estimulaban mis más recónditos deseos.
Habíamos
pactado en España que en nuestro viaje existirían dos momentos diferenciados
cada día: Por un lado “mí momento”; en el que yo sería el maestro de ceremonia,
y por otra parte el suyo; en el que debía entregarme a ella. Confieso que no
estoy acostumbrado a esto último, pero me seducía entrar en el juego de alumno
privilegiado de una diosa como aquella mujer que viajó conmigo a aquella
maravillosa ciudad. Hay un amigo mío que dice que toda mujer lleva en su
interior una diosa, y cada día saca una distinta a pasear.
Pues bien, aunque el asunto me creaba un cierto
desasosiego, pues no me gusta perder el control de la situación; acepté aquel
reto, más por el morbo que me producía, que por otra causa; pues
como he dicho antes los momentos de pérdida de control, me acongojan; pero era
difícil no ceder ante la seducción de una mujer como aquella.
Visitamos el castillo de Praga de forma minuciosa,
nunca había disfrutado tanto de cada detalle en un viaje, de cada reflexión, de
cada secreto oculto no percibido sino buceas a grandes profundidades. Mi Diosa,
se dejó llevar por esa tendencia continua que tengo de ser docente
interpretador de la realidad. Probablemente en algún momento calló en la
indiferencia y el aburrimiento, yo era consciente de ello pero ella sabía que
era mi turno y debía hacerme sentir bien; el protagonista, el maestro; era yo.
El pacto indicaba que a las ocho de la tarde
terminaba mi turno, y ella empezaba a dirigir el suyo.
Frente a la casa de Kafka; un dulce olor a
esperanza cubrió mi semblanza, y una electrificante descarga de emociones varias recorrieron mis
entrañas: Sentí como su imagen y su cuerpo se instalaban en mis pupilas, y una
suave sensación de bienestar codificaba mi pensamiento, cuando de repente
apareció el miedo en mi mente: Se estaba acercando la hora de perder el control,
de entregarme a la dulce y frívola situación de caer en las garras de Ane, fue
entonces cuando surgió la ansiedad, la angustia ante lo desconocido: ¿Qué
pasará?, ¿Qué extrañas ideas maquinará aquella morena?, ¿Podré soportarlo?,
¿Saldé triunfante del experimento?.
Aunque mantuve la compostura, la sagacidad de la
observadora mujer de negro, detectó mi tensión, mi rigidez, mi cara de
preocupación, pero ella era tan perfecta que siempre sabía decir la palabra
adecuada para tranquilizarme; ¿Cómo no iba a estar enganchado a ella?. Me
acarició la mano suavemente desde la mitad del antebrazo hasta la punta de los
dedos, ejecutando un tenue arañazo en el dorso de la mano, con aquellas uñas
estrepitosamente cuidadas, rebosantes de un brillante esmalte rojo.
Ese gesto me dio mucha seguridad; me sentí
comprendido, como cuando una madre acaricia el pelo de su bebé. Se me
iluminaron los instintos perversos pero a la vez inocentes de la niñez; aquella
mujer me producía tanta ternura que casi la emoción concomitante y refleja, iba
a estimular algo que trataba inútilmente de evitar; el desprendimiento de una
lágrima que recorriera mi mejilla derecha, pero de nuevo actuó para evitar algo
de lo que me podía arrepentir. Me dijo:
- Déjate llevar; todo irá bien, déjate llevar.
-¿Qué sentiste en ese momento?, espetó el Dr
Rossman (mi psicoanalista).
Fui consciente en aquel momento que no estaba solo
cuando abrí los ojos y observé el techo de su consulta, y el reposabrazos del
diván.
- Sentí seguridad, anhelo de la infancia, ternura,
me sentía pletórico, aunque es cierto que me preocupaba la pérdida del control
que se produciría a las ocho de la tarde-.
- Prosigue con el sueño-, emitió Rossman en un
tono un tanto autoritario.
- Aparecimos de repente en la playa; una arena blanca
nacarada cubría nuestros cuerpos; estábamos solos frente a la inmensidad de un
océano trasparente, azul claro. El agua estaba caliente, muy agradable. Yo me
sentía sobrecogido por la situación, pero muy excitado, aunque un tanto tenso
por no poder dominar ese espacio, esa situación, a aquella mujer.
Me tomó de la mano, dejamos nuestras ropas llenas
de arena, sudor, y deseo, y corrimos desde la orilla hacia el interior del mar
acompasados por un liberador grito que a mí me costaba emitir. Disfrutamos de cada
sensación, de cada color, de cada una de las gotas que impactaban sobre cada
poro de nuestra erizada piel.
Nos abrazamos, e intuí que ella percibía que
continuaba tenso, nunca había sido el agua mi predilección, pero me gustaba, me
fascinaba la tranquilidad y la locura que el turno de Ane estaba imponiendo en
mí.
Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo
embalsamados por el fluir del agua cristalina y la sal que sazonaba nuestra
piel. Ella me acariciaba y besaba por todo el cuerpo, mientras mis músculos se
relajaban y se entregaban a la pasión del momento.
- ¿Cómo te tomabas que ella llevara el control?-, emitió
de forma repentina el Dr.
- Verá; no
me gustaba, me hacía sentir desvalido. Creo que no dejarme llevar, aunque sea en un momento de
disfrute extremo, me angustia. Tengo que ser yo el que cuide, el que proteja, el que domine,
lo otro produce malestar, miedo, aunque por otra parte confieso que mucho morbo
y curiosidad.
- Quizás es un papel antropológico que he asumido
hasta la saciedad; puede que aprendido: mi padre era bastante autoritario, y
siempre le gustaba controlar, contenía cada emoción que implicara lo que
entendía que era debilidad.
- Continúa con el sueño, no te detengas-
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Yo seguía sintiéndome incómodo, pero empezaba a
ver que mis reticencias iníciales estaban desapareciendo, y poco a poco
empezaba a ser otro anexo del cuerpo de Ane que manejaba a su antojo. Ahora
si éramos un solo cuerpo con la
flexibilidad de una rama verde de un arbusto. La complicidad de nuestras
miradas construía un momento de intensa pasión, sublime, etéreo, fuera de toda
consideración material.
Pero a su vez se fundía en nuestros cuerpos un
cálido deseo, al que dimos rienda suelta
en cuanto terminó la canción. Su suave piel con sabor a sal, estimulaba
aún más el excitante momento que estábamos viviendo. Todo estaba transcurriendo
con una perfección absoluta, hasta que un maldito despertador interrumpió mi
grandioso sueño.
- ¿has dicho toda la verdad, Brian?
- ¡Eh!, bueno, no toda.
- Adelante.
Rossman, que conocía profundamente a Brian, había
notado alguna discordancia importante entre el relato y sus gestos, sabía que
había algo raro.
- La verdad es que no he dicho toda la verdad: el
sueño no es mío, es de Ane- emitió Brian con un tono de arrepentimiento como el
niño que hace una trastada.
- ¿Quieres que interprete su significado?.
- Si, eso pretendía.
- Pero hay
muchas cosas tuyas en el relato, ilustradas por ti.
- Si claro,
también tengo que aprovechar mi terapia.
Al Dr, no le importaba demasiado la mentira de
Brian. Pensó durante unos segundos y emitió el siguiendo dictamen:
- Bueno, lo obvio es que es un sueño con un alto
contenido sexual, con una simbología de roles que os habéis otorgado: El
profesor racionalista y la dama apasionada.
El Castillo de Praga simboliza las ataduras, la prisión, la ausencia de libertad, y el castigo se encuentra allí presente. Con el mar obtenéis la carta de libertad, pero no te sientes cómodo, prefieres censurar el deseo a dejarte llevar.
El Castillo de Praga simboliza las ataduras, la prisión, la ausencia de libertad, y el castigo se encuentra allí presente. Con el mar obtenéis la carta de libertad, pero no te sientes cómodo, prefieres censurar el deseo a dejarte llevar.
El agua purifica, y da rienda suelta a un
incipiente intento de vencer los prejuicios que te acompañan. Ella te lleva a
su terreno, donde se encuentra cómoda, como mejor se expresa: con el baile.
Te seduce, consigue desatar tú pasión, y te otorga
el papel de alumno al que proteger, al que cuidar. Es obvio que Ane rechaza la
protección, pero a la vez quiere tener una figura protectora bien cerca, unida
a su piel.
Está claro que en vuestro interior arden deseos
castrados de liberación de vuestras ataduras, más de tipo moral que material.
- Dr; ¿Dejarse llevar qué significado tiene?, es
algo que se repite en el sueño.
A mi modo de ver, Brian: hay un deseo sublimado de
tú dama por controlar y penetrar en tú yo, por volverte loco de pasión, esos
son sus deseos. Probablemente es el resultado de un padre amado pero dominante
y una madre sumisa. La mente de Ane se
mueve entre dos agua, una ambivalencia muy propia de las mujeres: El deseo de
protección que se refleja en Praga y la dominación que la fundamenta en la seducción, el juego y el
poder sexual que lo obtiene con el baile.
- Toda una declaración de intenciones; ¿No le
parece Dr, Rossman?.
- Brian; es el lenguaje cierto del subconsciente;
que a veces no se correlaciona con el mensaje racional.
- Bueno Brian, la sesión ha terminado: ¡Dos por el
precio de uno!, ¿no te parece?.
- Sí, disculpe Dr.
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