Bebo recibió una llamada imprevista, con una voz de
ultratumba, rasgada por el paso del tiempo, una voz conocida pero que aún su
curiosidad no había dado con su dueña. Se quedó petrificado ante las primeras
palabras abyectas y musicales que estaba
escuchando.
Había estado pensando sobre los límites de la libertad:
Pensó en algo que había leído recientemente en un libro de Stuart Mill; en el
que afirma que al hombre lo más corriente
es que le guie su propio interés, sea legítimo o ilegítimo. Bueno ante esa
obviedad Bebo tomó su sentido liberal, y se tiro al monte al descubrir que la
libertad se ve muy limitada por el grado de solidaridad del individuo. Bebo
pensaba: “No vivo en una burbuja estoy rodeado de gente susceptible de ser
ayudada, y me siento responsable en cierta medida de sus miserias, si pudiendo
ayudar no les ayudo”. En realidad Bebo sentía que la libertad está muy condicionada por la sociedad y sus
presiones; que pueden proceder de esa vía empática de ayuda que cambie tus
planes y te entregue a su causa, o por otro lado esa amalgama de valores
sociales y culturales que flotan sobre el aire que se respira en el terruño, y
que son tatuados desde la infancia en los encéfalos de los ciudadanos.
Bebo se preguntaba: ¿Pero existe una vida de subsuelo donde
uno intenta ser libre sin los condicionantes formales que impone la cultura?. Recordó
las palabras del cuento del hombre que pensaba que estaba muerto: “Al tener las
manos y los pies fríos, confirmo que estoy muerto; y no está bien que un muerto
ande por ahí”. La etiqueta que llevaba Bebo por edad y por rol social, le impedía tomarse ciertas
licencias que la sociedad no aceptaría y sería condenado al escarnio público;
pero claro esa parte externa estaba condicionada por la parte interna de Bebo,
donde hasta ahora habían descansado algunas ideas un tanto reaccionarias y
extremistas, basadas en estereotipos y prejuicios: “No está bien que un hombre
de edad vista de forma alegre y divertida, no está bien que haga locuras, no
está bien que se divierta se le pasó el arroz,” entre otros pensamientos. En
esta etapa en la que Bebo se había metido en el subsuelo en busca de libertad,
todo había cambiado, había limpiado todas las capas que le habían alejado de su
esencia y se había topado con la luminosidad deslumbrante del encuentro consigo
mismo.
Reconoció entonces que estaba en condiciones de perdonar y amar
a joana; aunque no sabía si ella le reconocería. Tenía la intuición de que su
desaparecido amor siempre le observó con una profunda mirada que penetraba
hasta su interior. Siempre supo que ese hombre recatado y reprimido portaba
tras la censura un alma libre llena de amor y vida.
Desde este fin de semana, sin razón aparente (aunque Bebo
decía que nada aparecía sin razón), sobre su mente se había fijado una frase
que repetía su admirado Jose Luis San Pedro: “El tiempo no es oro, el oro no
vale nada, y el tiempo es vida”; y aquello le traía de cabeza en sus paseos
solitarios; el tiempo como testigo de la vida o el tiempo como agente proactivo
de disfrutar del placer con calma; en definitiva es el tiempo el que pone a
cada uno en su sitio, y el que finiquita la propia vida cuando llegamos a
nuestra caducidad. A Bebo le hubiera gustado influir sobre el tiempo; nunca
estaba de acuerdo con eso de no cambiar nada de su vida si tuviera la
oportunidad. Si habría cambiado momentos, decisiones, besos……
Si pudiera vivir nuevamente habría buscado a mi amada desde
el norte hasta el sur, desde el este al oeste, y tomaría este viaje como el
sentido de mi vida; ahora no la tengo se fue para siempre, y me queda el tiempo
como testigo mudo y como recuerdo de lo que ya pasó. Por eso se acordaba de San
Pedro y
de su Tía abuela Feli, que tenía un vínculo muy especial con el escritor
sabio, como ella le llamaba con un poquito de ironía cariñosa, pero ya ves,
pensó Bebo; de momento me quedan unos años por vivir; usaré más el subsuelo que
es donde soy más libre y más feliz.
Bebó amarró con fuerza el auricular del teléfono para
confirmar quién era la autora de esas palabras; y desde luego si no era Feli,
era su mismo timbre y su mismo verbo: “Bebo: Ha muerto, ha muerto el Sabio”.
A Jose Luis San Pedro: Descanse en Paz.
Que descanse en paz un gran humanista e indignado y por Supuesto escritor....
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