Bebo se deleitaba escuchando la Camerata Académica de
Mozart, reflexionaba sobre todo lo que
había pasado en esta semana: Si una palabra o concepto había colonizado
la mente de Bebo en la semana que mañana termina era la duda.
Bebo sabía que la duda era un arma de doble filo. Como
siempre decía Bebo la duda es el principio del conocimiento, pero a Bebo le
preocupaba la duda que produce desconcierto, desequilibrio, inseguridad,
aquella que te hace ver que hay cosas que no dependen de ti, y entonces para
qué preocuparse. Qué omnipotencia la de Bebo, pensaba el mismo: “¿Cómo puedo
pensar que todo mi entorno depende de mí?, ni que fuera una divinidad.
Bebo recordó a Buda (“Ni tu peor enemigo, puede hacerte
tanto daño como tus propios pensamientos”). Bebo sabía que eran los
pensamientos los que disparan esas emociones negativas o positivas, y te conducen
a un estado de ánimo determinado, y en esta semana una serie de estímulos nuevos
le habían colocado en un estado de preocupación y tristeza, que procedía de la
inestabilidad de los cimientos de su autoestima, de sus propia inseguridad, de
sus miedos, de sus ansiedades más primigenias en proceso de resolución.
Bebo también sabía que su pensamiento podía ser su mejor
aliado, si lograba incorporar ideas lo más limpias posibles de emociones
extremas, pero para eso no podía focalizar su atención en los aspectos que le
generaban mayor incertidumbre y que aunque le gustaría influir sobre ellos, no
dependían de él. Recordaba a Epicuro en su alegato para dejar de tener miedo a
la muerte: “Cuando ella no está tu estás, y cuando ella está tú no estás”. Eso
lo llevó a su mundo y decía: Pero si nada ha pasado, todo procede de mi
pensamiento, ¿por qué preocuparme?, además insistía: “Además; si no depende de
mí como puedo controlar algo de lo que no soy responsable”.
Bebo incorporó a su mente el “principio de no interferencia”.
El ser humano es libre por naturaleza y es precisamente eso lo que le da su
justo valor, el poder elegir, el poder decidir. Si le condicionamos, si le encerramos
en una jaula y le impedimos salir se vuelve nuestro prisionero, y nosotros en
su esclavo. Cualquiera puede convertirse en tu amo si tiene algo que tú no
tienes, y que deseas obtenerlo como sea. Bebo sabía de la necesidad de no intervenir,
de dejar la evolución natural de las cosas. Para que forzar cosas que quieres
mantener si puede que tengan que morir.
Bebo era conocedor de la caducidad de casi todo, de las relaciones, de la amistad, del amor, de la propia vida, y precisamente esa finitud era lo que imprimía ese valor a las cosas que para nosotros merecen la pena, y que puede que un día ya no estén allí donde las dejamos. Eso pasaba con las personas; la gente entra y sale de nuestra vida y el valor que tienen es que a pesar de poder salir deciden quedarse a tu lado, y aunque se marchen de tu vida el tiempo que te acompaño ya no se puede borrar, y seguro que tiene razones para irse, aunque el dolor es inevitable pero digerible.
Bebo era conocedor de la caducidad de casi todo, de las relaciones, de la amistad, del amor, de la propia vida, y precisamente esa finitud era lo que imprimía ese valor a las cosas que para nosotros merecen la pena, y que puede que un día ya no estén allí donde las dejamos. Eso pasaba con las personas; la gente entra y sale de nuestra vida y el valor que tienen es que a pesar de poder salir deciden quedarse a tu lado, y aunque se marchen de tu vida el tiempo que te acompaño ya no se puede borrar, y seguro que tiene razones para irse, aunque el dolor es inevitable pero digerible.
Esta semana murió el sabio, y Bebo aunque prácticamente ni
le conocía personalmente, había rememorado el duelo por la muerte de su
admirada tía abuela que le había regalado su colección de libros, y le vino a
su cabeza una frase de El sabio San Pedro que le habían citado ayer, no
recordaba la literalidad de la misma; pero venía a decir que el ser humano debería
ser como los árboles que renacen
continuamente a través de sus ramas verdes. Bebo pensaba que el valor de la
vida es precisamente que tiene fin, que se acaba, y desde luego la frase utópica de San Pedro
le llevaría a la conclusión de que todo es para siempre, que aunque muere algo
vuelve a renacer, y siempre está ahí. Prefería protegerse del sufrimiento
pensando que todo se puede terminar y que eso mismo es lo que le da valor a lo
que tienes en este momento.
Bebo recordó otra frase del sabio que le convencía más: “El
tiempo no es oro, el oro no vale nada, el tiempo es vida”. El tiempo del sabio
se terminó en este mundo, queda su obra que hará que viva para siempre en
nuestro recuerdo y en el de las generaciones venideras. Pero Bebo pensaba: Es
hora de de cambiar las dudas por vida; porque las dudas siempre estarán, pero
la vida no te espera a que las resuelvas.
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