Melisa nunca se había entregado a la pasión de esa manera.
Era una chica muy moderada, constreñida por las ideas que tenía sobre ella
misma: Pensaba que era una persona aburrida, incomprendida, entregada por
completo a su profesión; abogada penalista y muy buena, de gran éxito. Se
refugiaba en el trabajo para evitar las relaciones sociales. Era muy atractiva,
pero ella no lo veía así, no le daba valor a su físico, aunque era muy coqueta
y le gustaba vestir bien, pero más como un arma de poder profesional, que como
un reclamo sensual.
Ella siempre había pensado que las emociones había que
contenerlas, que no se debía perder la compostura por nada; que no se podía
abrir las puertas a todo pensamiento frívolo que se pasara por la cabeza. Que
toda emoción intensa había que pasarla por el filtro de la razón, y
desmenuzarla dejándola en su mínima
expresión.
Todo esto estaba muy bien, pero un día conoció a un chico
que era todo lo contrario, o más bien combinaba perfectamente la razón con la
pasión. Era un hombre reflexivo, muy inteligente, culto, pero muy apasionado;
se dejaba llevar por los impulsos cuando encontraba la ocasión.
Robert, había viajado por todo el mundo, había amado por
instantes a cientos de mujeres, se le perdió el significado de la palabra convencional:
¿Era un vividor?,¿Un seductor?, ¿Un gurú de la soledad?. ¿Un hedonista
extremo?...Probablemente un poco de todo eso; pero lo que más destacaba era su
capacidad de disfrute apasionado ante cualquier estímulo que le hiciera perder
la cabeza.
Melisa era tan comedida, tenía miedo de perder las formas
ante las ideas disparatadas de Rober: Le propuso bañarse desnuda en la playa a
la luz de la luna. Melisa no supo qué contestar; le parecía tan obsceno, pero
tan excitante a la vez, que la mujer lasciva y apasionada que llevaba dentro le
decía ve y libérate, a pesar de que su espíritu victoriano le instaba a
reflexionar: “Y si te ve algún cliente”, “Y si te gusta y pierdes la cabeza por
ese chico”, “Y si te liberas y pierdes la razón”.
Melisa tenía un buen
lío en su amueblada cabeza:
- Melisa, vos sabés que la vida se vive una sola vez, y que
lo que no hagas hoy te arrepentirás mañana.
- Nunca me he comportado así, no va conmigo; soy una persona
seria y respetable.
- Pero no ves que lo que te hace respetable es la libertad
de poder gritar al viento cuando te venga en gana. Suelta tus riendas Melisa, habla con la luna,
despójate de tus prejuicios, siéntete libre.
Melisa cada vez estaba más confundida. El chico le parecía
muy interesante y estimulante; además desde hacía algún tiempo se estaba
cuestionando la vida que llevaba. Pero ella sabía que él era tan radicalmente
opuesto a ella, que un miedo atroz le impedía dar ese primer paso.
- Melisa: ¿De qué tienes miedo?.
- No sé; imagino de perder mi identidad, de deteriorar mi
imagen y arruinar mi carrera.
- Creo que tienes miedo a la libertad, a lo desconocido, a
lo que no puedes controlar: pero querida Melisa, esto es la salsa de la vida;
lo que no controlas te sorprende, te abre nuevos horizontes, nuevas sensaciones.
- Bueno; no lo sé, debo pensar.
- Está bien, hoy estaré en el acantilado a las diez de la
noche, si quieres verme ven. Si no vienes me iré a otro lugar en busca de una
persona más apasionada.
Esas últimas palabras hicieron mella en Melisa: Se dio cuenta
de que había una cosa que se dejó en la facultad nada más terminar la carrera: Su
capacidad de apasionarse. Había cambiado la pasión por la razón. En su mente
tenía tatuadas una cantidad de ideas que la bloqueaban ante el disfrute, ante
la pasión, ante la alegría. Pensaba que divertirse era contraproducente y el
principal enemigo de su carrera como abogada.
- Pero, qué demonios: ¿Por qué no puedo divertirme,
apasionarme, y liberarme de esta vida de éxito, poder, y seriedad?- pensó la
dama, con una pequeña subida de adrenalina que para ella era orgásmica.
Las diez de la noche marcaban en el reloj de bolsillo de
cadena plateada de Robert. Pensó que ya no vendría, y cuando había perdido la
esperanza; oyó una tenue voz a lo lejos:
- ¡Robert!, ¡Robert!, ¡espérame!.
Una dama morena con un vestido rojo corto, y unos zapatos
altos de tacón con ilustraciones de casa blanca, volaba de puntillas hacia las
rocas. A Robert, le dio tiempo a aproximarse a ella y abrir sus largos brazos
para impedir que se desplomara en las rocas.
Melisa parecía otra: Sus ojos brillaban rellenos de verde
esperanza. Su piel sudorosa con el vello erizado impactó sobre el torso desnudo
de de Roberto.
El comprendió que había liberado otra alma. Ella sintió que
había recuperado la pasión.
Se quitaron la ropa, y tomándose de la mano dieron un salto
desde el borde del acantilado, hasta toparse con las cálidas aguas del
mediterráneo, una vez allí se abrazaron y empezaron a gritar como si fueran
aves en celo. Hicieron el amor durante toda la noche, hasta la extenuación,
hasta caer rendidos en la orilla más cercana. Allí amanecieron cogidos de la
mano, siendo espectáculo visual de corredores matutinos, voyeurs, cotillas, y
turismo variado, pero a Melisa no le importó, perdió de repente todos sus
prejuicios, sus ideas conservadoras, y
se entregó por completo a la pasión sin contención.
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