”Mientras tanto yo estaré aquí, amándote y a tu lado mientras mantengamos el respeto, la admiración, y el deseo de estar juntos”; había sido la última frase con la que se había quedado Gilda antes de la despedida. La repetía una y otra vez, la abrazaba, la endulzaba, la relativizaba, pero en el fondo había deseado tanto escuchar algo parecido, que la llevaba en su mente como leitmotiv de su vida; Era una ilusión, un hilito de esperanza, un argumento de fuerza ante la desesperación.
Encontrarse con su pasado reciente tuvo efectos; Nadie sale
ileso del encuentro con el pasado. En reiteradas ocasiones había comentado con Bebo, los cambios que hubieran
hecho los dos si pudieran vivir nuevamente; y habían llegado a una conclusión:
Más instantes y más amor; pero ambos tenían aún demasiados remilgos, demasiados
condicionantes educativos: “Es pecado mentir”, “Son más importantes las
necesidades de los demás que las propias”. Bebo recordaba el poema de Borges:
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo
era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.
En
realidad Bebo había visto a tanta gente morir, que coincidía con Borges en que
embutidos en nuestra educación, nuestro ego y la tendencia absolutista de creer
que la verdad solo tiene un camino y es el que dicta nuestro pensamiento, que
nos condenamos a vivir de forma artificial como quieren otras personas, y
olvidamos nuestras propias necesidades.
Gilda
se encontró con su pasado, se topó de golpe el fin de semana con sus últimos años de vida, y por primera vez fue
consciente de lo que sentía, tomó conciencia del estado de alienación en el que
había vivido tras su separación. El estado en el que había quedado tras el
matrimonio con su exmarido; quien de forma continuada ignoraba sus necesidades,
sus deseos, su libertad y en definitiva su vida. Ella por el contrario se
dedicó a sus hijos, a mantener un hogar que hacía aguas por todas partes. Fue
entonces cuando Tim se coló en su vida: Tenía una autoestima tan dañada, que
necesitaba sentirse mujer, que alguien la abrazara, volver a recuperar la
dignidad como persona. Tim la trataba tan bien, que se sentía como una Diosa,
como el centro de sus deseos. A todos nos gusta sentirnos considerados y
cuidados, y en la situación de Gilda, más que un deseo, era una necesidad para su
recuperación.
Bebo
siempre había pensado que esos momentos de absoluto dolor, había que pasarlos
solos, como parte de un encuentro con nuestra esencia. Pensaba que era
necesaria una soledad buscada donde elaborar el duelo del fallecimiento de
nuestra antigua vida. Claro que es mejor y más agradable encontrarse a un Tim,
pero en el estado en el que se encontraba Gilda no tenía capacidad de dar amor,
sólo de recibir ayuda, de recibir cariño, de sentirse amada, de sentir su
cuerpo, de sentirse viva.
Tim
necesitaba una mujer, necesitaba tener la seguridad de que al otro lado del teléfono
Gilda le dijera: “Hola Tim, estoy aquí solo para ti”: Que terrible pensar que
somos exclusivos, sentirnos que tenemos a alguien en una jaula, que supuestamente
la protegemos cerrando la puerta. A Bebo
esto le parecía terrible, insano, la antítesis del amor: Pensaba en un axioma
de los antiguos Griegos:” Cualquiera puede convertirse en tu amo si tiene algo
que tú no tienes, y que quieres obtenerlo como sea”: Tim haría lo que fuera
porque Gilda estuviera encerrada siempre para él. Como ella no le pedía nada,
la llenaba de regalos y de halagos que hacían mantener la fantasía que Tim
había creado.
Ella
sentía cariño, pena, se sentía comprometida con Tim por todo lo que había hecho
por ella, por el vínculo que había establecido con su entorno más cercano: Esos
lazos que Tim había sabido ganarse con complicidad e implicación, eran
difíciles de romper.
Pero
el contraste, lo tenía con Bebo. A Veces sólo teniendo otras experiencias nos
encontramos con nosotros mismos, con nuestros deseos, con nuestras necesidades.
Y a Gilda le había pasado eso con Bebo. Bebo hacía tiempo que viajaba en
aeroplano, que improvisaba segundo a segundo, que aunque su vida no era un modelo
de libertad y felicidad, había logrado encontrar su espacio, en espera de
tiempos mejores.
-
Gilda; La libertad da vértigo, te suelta
al infinito, pero por otro lado es tan excitante que es adictiva. No soy yo el
adictivo, como me dices, es lo que proyectas y ves en mí: “La oportunidad de
ser libre”, de salir de la jaula, de volar con tus propias alas. Recuerdo un
poema que escribí con 16 años: ¡Ya ha llovido!:
Hoy una paloma no pudo volar,
Estaba encerrada en un palomar,
Cansada y cansada de tanto llorar,
Le dijo a un chiquillo:
¿Me quieres salvar?.
Si bella paloma, te doy libertad.
La blanca paloma voló a otro lugar,
Y nunca en la vida volvió al palomar.
-
¡Qué cierto tu poema!: Me siento
aprisionada, como una posesión, como el talismán de alguien que en un momento
de debilidad me conquistó, y ahora no sé cómo salir.
-
Eso debes decidirlo tú, mi vida; pero
sobre todo se sincera y honesta contigo misma. No hace falta, que lo seas con
los demás, pero al menos no te engañes a ti misma. Puede que el chiquillo que
salvó a la paloma sea Bebo, pero Bebo no quiere ser exclusivo; hay muchos Bebos
y muchas Gildas… No somos exclusivos de nadie, ni somos prisioneros para
siempre. Sólo compartimos un trecho más o menos largo de nuestra vida. Pero
quien siempre estará con nosotros mismos, somos nosotros mismos, y cuanto más
nos respetemos, más felices seremos.
A veces uno se cree tan en posesión de la verdad, que
descarta toda posibilidad de cambio, de avance, de evolución; es como mirar por
el telescopio apuntando solo a la luna, si no cambias de dirección, solamente
ves la luna; muy bonita, muy brillante, muy
blanca, pero no deja de ser la luna. Ahora Gilda vislumbraba nítidamente todo
el universo.
Habían viajado uno kilómetros para estar tranquilos, para
poder encontrarse con ellos mismos, para pasar una noche juntos, para sentarse
el uno al lado de otro y congelar los sentimientos en una mágica foto a
recordar para siempre.
Gilda llevaba el pelo suelto, aunque a Bebo le encantaba el
aire colegial que le daban aquellas dos coletitas que una vez se puso para él.
Hacía una magnífica noche de verano. Gilda se había arreglado para la ocasión
con un vestido rojo que dejaba al
descubierto sus hombros. Ella sabía que esos pequeños detalles estimulaban los instintos
más primitivos de Bebo. La luz de la ciudad iluminaba sus negros ojos que la
delataban; su mirada no se despegaba del rostro de Bebo, mientras sin palabras
se decían todo, se comían, se derretían de pasión, de deseo contenido. Ella
sabía que le amaba; y se sentía correspondida. Pero el también como en el caso
de Tim pensaba que Gilda necesitaba distancia, encuentro con ella misma. Bebo
la adoraba, la admiraba, la deseaba, no podía borrarla de su pensamiento.
- Gilda:
¿Volvemos a la habitación?, dijo Bebo esperando un si por respuesta.
- Si,
será lo mejor-
Volvieron a la habitación del hotel, mientras digerían las
ganas de comerse, de devorarse el uno al otro. Se les había quitado el hambre;
solo tenían necesidad de besarse, de abrazarse, de fundir su cuerpo en uno.
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