Todo estaba preparado para iniciar un largo viaje; la
Princesa, tomó sus pertenencias, las introdujo en su maleta azul, y se aposentó en su escritorio a escribir en su diario lo
que sería su único rastro, el único fragmento que quedaría de su anterior vida:
“Querida vida,
queridos acompañantes de mi vida anterior, os estoy muy agradecida de todo lo
que habéis hecho por mí; de todo lo que he aprendido y lo que he crecido a
vuestro lado, pero todo se acaba, todo tiene un fin, y esto ha llegado a su
término. No sé en este momento si alguna vez amé durante estos años, tampoco sé si fui feliz; sólo sé que he
tocado techo, y he llegado a una encrucijada en la que tengo la opción de
seguir por el sendero de siempre o aventurarme a partir por un nuevo camino. Siempre
he pensado que es mejor arrepentirse de lo que haces que de lo que no has hecho,
y eso es lo que he decidido: Romper y empezar de nuevo, con la carga de la
nostalgia de los que he querido, con el dolor de partir hacia lo desconocido
dejando atrás tierras firmes, pero el cambio forma parte de la vida. Alguien me
dijo una vez: “Si no cambias puede que te extingas”, todo cambia: el día, la
noche, el sol, las estrellas, la vida, la muerte, los amigos, los enemigos, la
guerra, la paz…. Son variables que van marcando caras de una misma moneda pero
que modifican los caminos por los que el ser humano debe discurrir. Hasta ahora
el miedo a lo desconocido, al desapego, a la pérdida de la estabilidad ha
frenado mi partida, pero hoy nada me ata, mi alma llena de nostalgia y de
capacidad de amar, está preparada para un nuevo destino, para conquistar nuevas
tierras, para abrazar el amor que nunca he tenido, para sentir lo que nunca he
sentido, para volver a nacer y si es necesario para morir”.
La princesa hizo preparar su carroza, se puso sus mejores
galas, y emprendió el viaje que llamó “el viaje al amor”… Llegó a una aldea llamada Esperanza; donde de pequeña solía
veranear con sus padres. Se instaló en un palacio en las afueras, que
pertenecía a sus antepasados.
A la Princesa Sheila le gustaba pasear por un lago que se
encontraba cerca de su palacio, donde un
frondosos bosque lleno de arbustos y animales la acompañaban en sus largos
paseos. En realidad se sentía muy sola, en esta nueva vida que había iniciado
necesitaba tranquilidad, sosiego, tiempo para poder borrar el peso de su pasado
e iniciar una nueva vida, pero de momento todo era calma, tranquilidad,
nostalgia, y miedo a la soledad. Pero había ido a Esperanza en busca de su
príncipe, de aquel fornido joven que en su juventud le salvó la vida, mientras
nadaba en el lago donde sus padres la solían llevar.
Una tarde otoñal, mientras se encontraba en la orilla del
lago, cuando la luz del sol incandescente esperaba a la noche, observó sobresaltada un
reflejo en el agua: Un rostro feo con nariz y orejas puntiagudas; al volverse
había desaparecido, dejando el rastro de sus pisadas. Se asustó mucho y corrió
hasta su carroza y ordenó al cochero que partiera hacia su palacio a toda
velocidad, de camino hacia su hogar, aún con la tensión de su visión, de
repente notó un impacto, que hizo frenar al cochero, que en unos segundos se
acercó a la princesa y le explicó que habían chocado con algo extraño, la
Princesa bajó del coche y observó a la criatura que habían arrollado tendida en
el suelo y llena de sangre.
Era un ser extraño, el mismo que había observado en el lago:
Nariz puntiaguda, ojos achinados incrustados en una órbita cubierta por unas
cejas pobladas y antiestéticas, unas orejas alargadas que terminaban en punta
ocupaban la ambos laterales de su cara,
un pelo largo liso y sucio daban cobertura a ese estridente rostro...
La Princesa al mirarlo percibió una familiaridad que hizo
que la sensación previa de desagrado se fuera transformando paulatinamente en
ternura, tranquilidad, incluso nostalgia. Ordenó que lo llevaran a su palacio,
y avisó a su médico particular para que lo examinara. El Doctor sólo pudo
decirle que tenía una conmoción, pero que no sabía lo que era esa criatura tan
extraña.
La princesa acudía todos los día a ver cómo estaba su
protegido, así lo hizo durante una semana, hasta que un día el ser abrió los
ojos y despertó…
- ¿Quién eres?, preguntó Sheila
- Soy lo que su alteza quiera que sea, pues sólo soy fruto
de su imaginación.
- Pero nadie me ha negado tú existencia…
- Simplemente le han dicho lo que quería oír alteza. ¿Quién se
atrevería a decirla que soy fruto de su imaginación?, nadie en su sano juicio.
- ¿Entonces no existes?...
- Todo lo que habita en nuestra imaginación es susceptible
de materializarse.
- Pero: ¿Por qué una criatura así?.
- ¿Por qué no?, ¿acaso la imaginación no es libre?
- Pero tú voz, tú mirada, tú forma de hablar, me es muy
familiar.
- Busca en tú interior, allí encontrarás la respuesta.
La Princesa preocupada, pensando que su mente había
enfermado, mandó llamar a su médico, y confirmó que en la estancia donde había alojado
a la criatura no había nadie, pero efectivamente ningún miembro de su séquito
se había atrevido a contradecirla.
Cuando se quedó sola, volvió a la habitación de aquel ser, y
lo encontró sentado sobre la cama, se acerco y le dijo:
- ¿Cómo te llamas?, ¿Quién eres?, ¿Qué deseas de mi?.
- Mi Princesa, soy tú deseo, y vivo esperando que me liberes
de la jaula en la que me has metido.
- Pero la cuestión es cómo;
- Sólo el amor podrá salvarme, y recuerda: Todo lo que es
pasa por nuestra imaginación es susceptible de materializarse.
La Princesa Sheila, acaricio la horrible cara de aquella
bestia, y sin saber por qué lo hacía besó con una pasión desenfrenada sus
resecos labios, sintiendo un escalofrío como nunca lo había sentido antes. Se dio
cuenta que era el amor de su vida, que había descubierto el amor, que aquella
criatura asquerosa era con la que quería vivir toda su vida.
Aquella bestia empezó a transformarse paulatinamente en un
rostro humano muy bello; su nariz se suavizó, sus orejas se encogieron y se
volvieron pequeñas, y un cuerpo musculoso y esbelto invadió su cuerpo.
Sin duda era el príncipe con el que Sheila había soñado, era el
compañero de viaje con el que quería iniciar esa nueva vida, y lo había
encontrado oculto dentro de aquel ser tan desagradable… Era su salvador.
La Princesa confusa, sin saber qué era verdad y qué era
ficción, reunió a un comité de sabios para que estudiaran el caso; acudieron
astrólogos, físicos, magos, filósofos, y
galenos.
Después de meses de estudio, y presionados por la melancolía
en la que estaba sumergida la princesa llegaron al siguiente dictamen:
“La princesa Sheila; habita en un mundo paralelo, que por su
especial sensibilidad sólo puede percibir ella, el resto de los mortales jamás
podrán ver a su príncipe, pero ella podrá vivir con él el resto de sus días si
así lo desea, considerando que su amor no lo podrá compartir con nadie nada más
que con él, pues siempre será para el resto de la humanidad; el príncipe
difuminado”.
La Princesa más confusa aún pensó: ¿En realidad podré
compartir mi vida con alguien que no puede ver nadie nada más que yo?, ¿con un
príncipe que sólo existe para mí?, ¿Con un espectro que no podré mostrar a
nadie?… No, creo que seguiré esperando,
seguiré buscando a alguien más real, alguien a quien todos puedan ver.
La Princesa triste y abatida le dijo a su dama de confianza:
Te das cuenta, querida Marcela: “Me he pasado la vida buscando unas alas, y
ahora que las encuentro no puedo volar”. No sufra majestad quien busca halla y
quien resiste gana.
La Princesa Sheila, animada por su doncella Marcela; acudió
a la habitación del Príncipe difuminado (así lo llamaban todos), y le preguntó
cómo podía hacer para que todos lo vieran.
El Príncipe la dijo:
- Hombre creía que nunca me lo pedirías, sólo tienes que
desearlo. Hasta ahora tus miedos han hecho que mi rostro no se pueda mostrar a
los demás. Desde pequeño he vivido en tú imaginación, esperando que desearas
devolverme a la vida: Si de verdad quieres que sea el amor de tú vida, sin duda
lo seré, pero tienes que luchar y vencer tus miedos.
La Princesa abrazó al
Príncipe, tan fuerte como pudo, y se besaron durante horas. Marcela preocupada
llamó y pasó a los aposentos donde estaba su ama. La sorpresa no se hizo
esperar: Un radiante joven abrazaba a La Princesa Sheila.
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