Eran las 15.30 de la tarde: el olor agrio y suave de
unas salchichas berlinesas acompañadas de puré de patatas rojas y chucrut, reposaban en la mesa al lado del
antiguo piano del restaurante. El traqueteo en la tarima de madera pulcra y
brillante de color ocre, producido por los tacones de la camarera berlinesa impactaba
en la mente de Salvador. Como un ronroneo rítmico y placentero que recorría su cuerpo
desde los pies a la cabeza, las ondas
vibratorias penetraban por los dedos de los pies de Salvador, llegaban a sus
rodillas, ascendían por sus muslos, y tras dejar un efecto suavizante en el
centro del cuerpo, introducían un vacío en el estómago, que desembocaba en un
fuego suave que llegaba hasta la cara, e
inyectaba un rubor parcheado en los pómulos, y un brillo intenso ocular que
colocaba al español en un estado de absoluta relajación, que le permitía
mejorar aún más las cualidades que a Mary le gustaba más de él: Esa
complicidad, que le hacía a ella sentirse entendida, protegida, apoyada, por
ese padre seductor, consejero personal, amigo distante y poco posesivo.
Un Café oscuro, espeso, y espumado en su coronilla,
reposaba en las tazas isabelinas, donde
el dibujo de una corona que ocupaba las panzas laterales del recipiente, hacían
al caballero sentirse más importante. Salvador era un gran defensor,
fetichista, y amante de la Monarquía y
todo su boato. Todo lo relacionado con las
Casas Reales Europeas, a Salvador le retrotraía a un encuentro con sus
antepasados que estuvieron vinculados con la Corona. Su bisabuelo fue
secretario personal de D. Alfonso XIII. Salvador conservaba documentos del paso de su bisabuelo D. Blas
Merino de los llanos por los entresijos de la Casa Real, entre otros poseía un
documento de reconocimiento del propio Rey a los años de servicio dedicados
por el abuelo Blas, antes de que el
Monarca se marchara al exilio.
Pero lo que verdaderamente le estimulaba de la
corona, era toda la parafernalia, sus fetiches y todo lo que adorna a la
monarquía. El mismo se auto concedía el hecho de ser un privilegiado por tener
esa sensibilidad tan especial por la realeza.
Esta petulancia vanidosa; más que una visión ética basada en la convicción de
los valores de la Monarquía, era una pretensión estética que le daba seguridad,
insuflándole un aire de superioridad por este gusto refinado, elitista, y sólo
campo de cultivo de unos pocos privilegiados.
Pues bien; esa taza coronada, le otorgó una
seguridad suprema que usó para lanzar una pregunta lapidaria a Mary Sinderland:
- Mary: ¿Has pensado alguna vez en quitarte la
vida?. Mary pensó: Ha debido observar en mi un profundo desprecio a la vida,
pensará que soy una depresiva suicida carente de capacidad de disfrute
- ¿Por qué preguntas esto Salvador?- pregunto Mary. Salvador,
muy hábil en el arte de bucear en el interior de los seres humanos, pensó en ir
avanzando muy lentamente, sin presiones fuertes, para poder llegar a la zona
oscura de Mary. Quería penetrar hasta esa zona íntima del individuo llena de
pensamientos, valores, traumas, experiencias que le gustaría conocer.
- No Mary, si no quieres contestar lo entiendo-,
afirmó Salvador.
- No importa Salvador. Te confieso que mi vida ha
sido muy tortuosa; después de mi matrimonio con el Ruso, pensé en varias
ocasiones en quitarme la vida, incluso tenía un plan para hacerlo. Pensé en
cruzar el muro y dejarme acribillar a balazos por los guardias. Pero: ¿Sabes lo
que me detuvo?, ¿Sabes lo que de verdad circuló por mi interior para frenar ese
deseo?: La contradicción más absoluta que he tenido en mi vida. Pensé: Mi padre
sobrevivió a Auswitch , y mi madre al exterminio Nazi contra nuestra raza
judía. Yo pensé: ¿Qué pensarán mis padres de mi si yo no soy capaz de
sobrevivir a la vida que he elegido. Mi padre pensaría que soy una débil
cobarde y fracasada, y mi madre sentiría tanta pena por mí, que dentro de su
desdichada sumisión, sufriría en silencio por mi terrible decisión, sin
poder hablar con nadie de ello. Por pena y rabia a la vez de lo que yo
profetizaba que iban a ser los
pensamientos y actitudes de mis padres, por eso no me quité la vida.
- No me sorprende- apostilló Salvador.- El ser
humano es contradictorio y ambivalente en sus pensamientos y sentimientos; al
igual que ama, odia a la misma persona. Son caras de la misma moneda que ambas
circulan por el mismo individuo. Dependiendo del procesado de datos externos e
internos que manejes, fluyen unos sentimientos u otros.
- Que bien lo explicas Salvador, es todo tal y como
dices,- elogió Mary.
- Me gusta explicar las cosas que no entiendo de la
forma más racional posible, pues sólo así se puede evolucionar y aprender a
enfrentarte a la vida.
- He de confesarte Salvador, que me ha costado mucho
contestar a tú pregunta. Esa parte de mi vida la tengo encriptada en mi alma, y
en muchas ocasiones no sé si detalles que vienen a mi mente son confabulaciones
caprichosas de mi memoria, o son hechos reales. Sufrí mucho Salvador, mucho.
- Me hago cargo Mary, no tienes que hablar de ello si no quieres.
- Salavador: ¿Tú pregunta se debe a algo que has
percibido en mi, que te ha hecho pensar en que podría ser una suicida?.
- No te sorprenda tanto Mary. Es más común de lo que
crees. El sufrimiento espiritual es una constante en la historia de la
humanidad, y el suicidio puede vivirse como una liberación, y el mayor acto de
libertad del ser humano. Yo mismo he tenido la tentación de hacerlo. ¿Cómo te
sientes ahora Mary?:
- Me siento liberada Salvador.
- ¿Verdad que sí?.
- Hablar de ello tiene un efecto de limpieza
liberatoria de un mal pensamiento. Además ahora me alegro de no haberlo hecho: ¡Qué
curioso!: Mi atormentada vida familiar, y la estricta educación que he recibido de mis padres, me ha salvado
la vida. Afirmó Mary con un tono de saciedad y tristeza.
- Así son las cosas Mary: Nunca se sabe si lo te
pasa en la vida es una suerte o una desgracia; pues a veces lo que parece muy
bueno va seguido de una desgracia y viceversa.
- ¿Qué esperas de la vida Salvador?, lanzó Mary
aprovechando el cariz que estaba tomando la conversación:
- En realidad no espero nada, no quiero esperar
nada. Siempre he pensado que quien no espera nada lo tiene todo, pues todo lo
que recibe es inesperado.
- ¿Por qué me acompañas en este viaje?.
- No lo sé muy bien Mary…
En este clima que se había creado de confidencias,
llegando al tramo más íntimo de la comunicación; los ojos inyectados de sangre,
combinados con la humedad ácida del flujo del lacrimal, dibujaba un rostro en
Mary emocionado, lleno de brillo, rodeado de un halo, de pasión y de esperanza.
Frente a esta situación, Salvador no era inmune al
acto emocional que estaba viviendo. El Español, sentía unas ganas irrefrenables
de abrazar a Mary para ofrecerle su protección, pero su carácter distante, frío
y contenido, hizo que ni siquiera inclinara su cuerpo para acercarse más a ella.
Ante tanta restricción no pudo evitar la incontinencia lacrimal que le estaba
provocando el relato de Mary. Sobre el rostro de Salvador se deslizó hacia la
boca una pequeña lágrima que Mary percibió, y le hizo dudar sobre la
posibilidad de un efecto óptico
alucinatorio, pero confirmó finalmente que era una lágrima de verdad.
El momento lo requería: La tenue luz del
restaurante, el silencio aderezado por las pisadas rítmicas e intimistas de la
camarera, el efecto de las cervezas <Berliner Kindl> que habían
consumido, las tazas de café coronadas, los cuadros que colgaban de la pared de
madera oscura con ilustraciones del Berlín del siglo XVIII, y el lienzo central
del Rey Luis II de Baviera en su trono lanzando una firme mirada a todos los comensales,
habían construido un entorno especial para los dos. El pianista tocaba a Brahms
en el momento álgido de ese orgasmo de melancolía que terminó con la caída de
la incontenible lágrima del bueno de Salvador.
- Verás Mary: He decidido acompañarte porque ya es
hora de hacer algo por alguien. Me he pasado la vida trabajando para alcanzar
un futuro mejor; y el futuro nunca
llegaba. Siempre necesitaba más, y más... Pensaba que esto era la felicidad:
Una mujer que te espera en casa, un trabajo que me da dinero, múltiples
conocidos, y una ambición insaciable. No tenía tiempo de pensar en los demás,
tan solo mi misión era lo importante: ganar dinero y conseguir prestigio.
Todo iba bien hasta que un día al llegar a mi casa
de la playa de Chiclana; me topé con una novedad inesperada: La gran Laura: mi
elegante, discreta, y bella mujer, yacía en nuestra cama redonda con vistas a
la playa de “La barrosa”, con un naviero inglés con el que llevaba un par de
años.
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