Aquella tarde parecía como otra cualquiera, pero no lo era.
El crepúsculo mágico de un atardecer rojizo, nostálgico y placentero invadió el
cuerpo de Bebo. Se sentó en la mesa de la cafetería donde el siempre acudía en
busca de un clima adecuado para escribir, pero el duende no llegaba. Pensó: “Es
sorprendente; no siento esa necesidad imperiosa de escribir. Ese desasosiego
melancólico que me llevaba a narrar mis percepciones, a veces distorsionadas y
vestidas de imaginación creativa”.
Esa era una realidad, a pesar de que Bebo había mezclado para el reencuentro con su escritura todos los elementos creativos que en otras ocasiones habían disparado sus sentimientos, y habían provocado un vómito profuso de ideas, y retoques estéticos con los que se recreaba, no aparecía la magia necesaria para crear.
Esa era una realidad, a pesar de que Bebo había mezclado para el reencuentro con su escritura todos los elementos creativos que en otras ocasiones habían disparado sus sentimientos, y habían provocado un vómito profuso de ideas, y retoques estéticos con los que se recreaba, no aparecía la magia necesaria para crear.
Es posible que esté vacío de ideas, esto lo descartó pues en
Bebo fluían constantemente pensamientos y emociones que se fusionaban en muchas
ocasiones en forma de provocación. Bebo siempre pensó que su mejor forma de
expresión era a través de la escritura, pero últimamente estaba notando una
creatividad creciente en sus disertaciones verbales: ¿Sería esa la causa de su huida de la escritura?. En cualquier
caso no le gustaba este cambio, este balance a favor del entorno y el vacío
productivo que notaba en el intorno.
Bebo siempre había buscado saciar sus penas con la
escritura. Su fantasía ilimitada construía amores platónicos, juegos literarios
en forma de orgasmos intelectuales, giros dialécticos que ensalzaban sus fetiches,
sus mitos, sus constructos redecorados de forma personal para su propio
disfrute, pero ahora parecía que no tenían tanta fuerza esos estímulos dorados
que arrancaban de su mente sus cuidadosos relatos.
Bebo pensó en el amor,
del que siempre había escrito con un toque nostálgico, en forma de
anhelo, con la distancia suficiente para no verse salpicado y afectado. Mentalmente
revisó ese concepto: ¿Será verdad que el amor es una emoción tangible y no
metafísica?.
Encontrar una alma que adoras, que admiras, que confías, en
la que te deleitas con su mirada sin la angustia de buscar nada, tan solo la
calma y la paz interior, puede ser una imagen pragmática del amor, menos
sublime que la mística e intelectual construcción de los relatos de Bebo, pero
sin lugar a dudas el efecto real de una búsqueda y de un encuentro.
Bebo pensó que era esa la causa de su vacio creativo; ahora
no necesitaba adornar sus creaciones había encontrado el adorno perfecto, de
carne y hueso, y sus creaciones serían ahora un complemento, no un sustituto
estético de lo que siempre buscó.